Escapistas

286 25 1
                                    

La cabeza rodó hasta el suelo con un desagradable crujido, dejando un rastro de sangre sobre el suelo del adarve mientras que el cuerpo del hombre caía por el borde de la muralla hacia las agitadas mareas que el viento azuzaba.

Ese había sido el último guardia, dejando toda el ala Norte despejada, a excepción de los cuerpos amputados que descansaban por los pasillos y los prisioneros cabezudos que no paraban de golpear sus celdas con tal de intentar llamar su atención o gritarle frases obscenas con el fin de divertirse un poco. Lola estuvo planteándose cuanto daño podría infligir si les arrancaba las gargantas con una mano y luego se las hacia tragar por hablarle de esa manera, pero al final decidió que era mejor acabar con su trabajo e ir a la celda de Helvar en vez de darles a esos cabronazos lo que se merecían por bocazas.

Limpió su cuchillo en las ropas de otro guardia desfallecido y se lo envainó de vuelta a su muslo mientras tarareaba una canción ravkana que su madre solía cantar cuando preparaba la cena.

Un recuerdo le azotó al pensar en ello. Se trataba de su última comida en familia cuando aún vivían en Ravka, su madre preparaba pescado a la plancha mientras que Lola junto a su hermano pequeño, Liam, intentaba mover una taza de un extremo a otro de la mesa con sus poderes Grisha. Liam también era un Vendaval, como todos en su familia y hacía pocos meses que logró despertar su habilidad.

—¡No puedo! ¡Pesa mucho, parece un bloque de cemento! ¡Todo esto es absurdo! —se quejaba él, meneando la castaña melena de un lado a otro, negando y resignado.

Lola reía y lo miraba de forma divertida, un sentimiento de placer expandiéndose por su pecho al observar que su hermano estaba tardando más en aprender a usar sus poderes que ella cuando tenía su edad.

—Eso es porque en vez de mover las manos las agitas como una gallina desplumada.

—¡Yo no soy ninguna gallina desplumada! ¡Tengo muchas plumas! —gritó, ofendido.

—Debes ser más delicado, Li, ya sé que eres un mocoso inquieto, pero...

—¡No me llames mocoso, mocosa!

—¡Pues no seas un mocoso, mocoso!

—¡Mamá! ¿La has oído? ¡Me llama mocoso!

—¡Y tú a mí vaca bellotera y no me chivo, pedazo de mocoso!

Liam gritó en su sitio, airado y se levantó de la silla de malas maneras mientras comenzaba a correr en dirección al salón, donde su padre se hallaba leyendo un periódico, pero su madre lo agarró del cuello de la camisa, reteniéndolo mientras que con la otra daba la vuelta al pescado.

—Alto ahí, baquero. Siéntate y vuelve a intentarlo.

—¡Pero Lola...!

—¿Yo qué? —se mofó ella—. ¿Quieres aprender a usarlos o no?

Liam la fulminó con la mirada tratando de intimidarla, pero no sirvió de nada, Lola seguía con aquella sonrisilla de suficiencia que tanto lo irritaba.

Al final, rendido, el chico se volvió a sentar en su silla, mirando la taza como si se tratara del problema más complejo en la faz de la tierra.

—Que sepas que no lo hago porque tú lo digas. Lo hago porque quiero cerrarte esa boca sucia.

—Lo que tú digas, Liam.

Lola suspiró, dejando que una nubecita de vaho saliera de entre sus labios, sin llegar a comprender del todo como una discusión tan banal e irritable había llegado a ser un recuerdo tan entrañablemente añorado y medio olvidado al fondo de su memoria por los cientos de candados que había impuesto en todos y cada uno de los recuerdos referentes a su antigua vida. A su felicidad. Lola siempre trataba de ignorar que antaño había existido una niña feliz y alegre que se divertía por las pequeñas malicias y suvenires que le daba la vida. Ahora, aquel hueco radiante de vida y calor que se hacía llamar su corazón se había congelado y podrido hasta la más pequeña de las venas, arrasando con cualquier resquicio de la persona que era. Y aquello la mataba de maneras inimaginables que ni siquiera ella lograba comprender.

𝑺𝒆𝒗𝒆𝒏 𝑶𝒇 𝑪𝒓𝒐𝒘𝒔 || 𝑲𝒂𝒛 𝑩𝒓𝒆𝒌𝒌𝒆𝒓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora