Saldar cuentas

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DE TODOS MODOS LE SIGUIÓ.

«Si de verdad te he importado, no me sigas».

Lola resopló irritada mientras saltaba una chimenea. Era insultante. Había numerosas posibilidades de quedar libre de Kaz Brekker, de Ketterdam, y nunca las había aprovechado. Y no lo haría mucho menos ahora, se rehusaba a rendirse de aquella manera después de todo por lo que había pasado para estar junto a él, para darle una nueva oportunidad a aquella ciudad de Satán.

Kaz no era apto para una vida normal. ¿Se suponía que Lola tenía que encontrar un marido bondadoso, tener sus hijos y después afilar sus armas cuando se fueran a dormir? ¿Cómo iba a explicar las pesadillas que seguía sufriendo de vez en cuando desde que salió de aquel barco rumbo a Kerch, desde que fue un León de Cobre? ¿O la sangre que discurría a borbotones de sus manos igual que una cascada asalvajada? El pensamiento le corroía de hastío. No. Ella no pensaba pasar así su vida, no quería tener hijos, no quería tener que esconder sus demonios entre las sombras del pasado, siempre con el miedo del qué pasaría si sus hijos descubrieran lo que fue, lo que es y lo que será. No quería ese tipo de responsabilidad que le robaría su libertad, no se merecía ni quería dejar descendencia. Y si Kaz no lo entendía, debería dejárselo bien claro.

Podía sentir la presión de los dedos de él contra su piel, sentir sus labios cálidos contra los suyos en un vals lánguido y electrizante, el roce de los labios de él bebiendo de su cuello mientras la agarraba de la mano con vehemencia, ver aquellos ojos oscuros con las pupilas dilatadas. Dos de las personas más letales que podía ofrecer el Barril y hasta hacía un mes ni siquiera habían podido tocarse. Pero lo intentaron. Él lo había intentado. Ella lo había intentado. A lo mejor podían volver a intentarlo. Era un deseo estúpido, la esperanza sentimental de una chica a la que no le habían arrebatado su vida, que jamás había sentido el látigo, las manos y el aliento de hombres ajenos y enfermos en su piel, que no estaba cubierta de heridas y buscada por la ley. Kaz se habría reído de su optimismo inoportuno.

A pesar de todo, todavía había una sombra que la carcomía por dentro. Las pesadillas que el Glaciar de Kimura le regaló todavía seguían vivientes y rugientes en su interior, atormentándola. Tanto que, en un principio, cuando Kaz había bajado la cabeza para besarle el cuello se había quedado paralizada de terror. Durante un segundo, fue como si aquella pesadilla tan emponzoñada diera lugar a la realidad, saliendo de un espejismo cubierto de polvo y telas de araña. Pero... a la hora de la verdad, cuando sus respiraciones se hallaban entrelazadas y aceleradas, no había ningún rastro de la furiosa lujuria venenosa que había sentido en su visión la noche anterior. Nada. Nada de jugueteo. Ningún forcejeo. Ningún acto despiadado. Solo... cariño y delicadeza y amor.

Pensó en Dunyasha, la sombra de Inej. ¿Qué sueños tendría ella? ¿Un trono, como había sugerido Matthias? ¿Otra muerte ofrecida a su dios? Lola no tenía dudas de que Inej volvería a encontrarse con la chica y no quería que lo hiciera sola. No quería enfrentarse a otra pérdida. Estaba cansada de perder continuamente y jamás ganar nada además de su propia respiración y corazón palpitante. Quería más, necesitaba más. No podía conformarse con que el plan saliese bien, no si aquello conllevaba arrastrar otra muerte en su espalda. Todos debían sobrevivir, incluído Matthias, ese bastardo fjerdano corpulento que había comenzado a comprender y tolerar.

Siseó mientras bajaba deslizándose por una cañería, sintiendo que el vendaje alrededor del muslo se soltaba. Iba a dejar un rastro de sangre por los tejados de la ciudad.

Se estaban acercando al Listón, pero permaneció en las sombras y se aseguró de que hubiera una buena distancia entre ella y Kaz. Él tenía una forma de sentir su presencia cuando nadie más podía. Se detenía con frecuencia, sin saber que estaba observándolo. Su pierna lo atormentaba más de lo que había admitido. Pero ella no iba a interferir en el Listón. Cumpliría sus deseos al menos en eso, porque Kaz tenía razón: en el Barril, la fuerza era la única moneda que importaba. Si no se enfrentaba a aquel desafío solo, podría perderlo todo: no solo la oportunidad de obtener el apoyo de los Despojos, sino cualquier oportunidad que pudiera de tener jamás de salir del Barril de nuevo en libertad. Lola había deseado a menudo despojarse de una parte de su arrogancia, pero no podía soportar la idea de que le arrancaran su orgullo.

𝑺𝒆𝒗𝒆𝒏 𝑶𝒇 𝑪𝒓𝒐𝒘𝒔 || 𝑲𝒂𝒛 𝑩𝒓𝒆𝒌𝒌𝒆𝒓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora