Sabotaje y ladrones

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POR LA NOCHE, EL DISTRITO DE LOS ALMACENES parecía haber mudado la piel para adoptar una nueva forma. Las chabolas de sus fronteras originales chisporroteaban de vida, mientras que las calles del propio distrito eran tierra de nadie, ocupadas sólo por los guardias en sus puestos y los agentes de la stadwatch patrullando.

Lola, Inej y Nina amarraron su bote en el ancho canal que recorría el centro del distrito y bajaron por el muelle silencioso, manteniéndose cerca de los almacenes y lejos de las farolas que había en los laterales del agua. Pasaron junto a barcazas cargadas de madera y grandes artesas con montañas de carbón. De vez en cuando, veían hombres que trabajaban a la luz de las lámparas, cargando barriles de ron o fardos de algodón. Un cargamento tan valioso no podía quedar desatendido por la noche. Cuando casi habían llegado al Arrecife Dulce, vieron a dos hombres descargando algo de un vagón grande aparcado a un lateral del canal, iluminado por una sola lámpara con un tono azulado.

—Cadáver de luz —susurró Inej, y Nina se estremeció.

Los huesos de luz, hechos con los esqueletos aplastados de los peces de las profundidades, emitían un brillo verde. Pero los cadáveres de luz ardían con otro combustible, una advertencia azul que permitía a la gente identificar las barcazas de los enterradores, cuyo cargamento eran muertos.

—¿Qué están haciendo los enterradores en el distrito de los almacenes?

—No es agradable ver muertos por las duelas o la plaza, Nina —se limitó a decir Lola.

—Así que aquí es donde traen los cuerpos —asintió Inej—. Cuando se pone el sol, los enterradores recogen a los muertos y los traen aquí. Trabajan por turnos, barrio tras barrio. Al amanecer ya se han ido, y también el cargamento.

A la Barcaza del Segador, para quemarlos.

—¿Por qué no construyen un cementerio de verdad? —preguntó Nina.

—No hay espacio —respondió Inej—. Hace mucho tiempo estuvieron hablando de reabrir el Velo Negro, pero cambiaron de opinión cuando se extendió la Plaga de la Dama de la Reina. La gente le tiene demasiado miedo al contagio.

—En el caso de que tengas el dinero suficiente —dijo Lola—, tu familia te enviaría a algún cementerio fuera de Ketterdam o incluso a algún camposanto. Pero vamos, aquí la gran mayoría somos más pobres que una sanguijuela y cuando no podemos pagarlo...

—Sin llantos —la cortó Nina, sombría.

Sin llantos, sin funerales. Una forma de desear buena suerte. Pero era algo más. Un macabro guiño al hecho de que no habría caros entierros para la gente como ellos, ninguna lápida de mármol para recordar sus nombres, ninguna corona de mirto y rosas.

Inej llevó la delantera mientras se acercaban al Arrecife Dulce. Los propios silos eran sobrecogedores, enormes como dioses centinelas, monumentos a la industria adornados con el laurel rojo de Van Eck. Pronto todos sabrían lo que representaba ese emblema: cobardía y engaño. El grupo circular de los silos de Van Eck estaba rodeado por una alta valla de metal.

—Alambre de espino —observó Nina.

—No será un problema.

Lo habían inventado para que el ganado se quedara en sus corrales, pero no sería un desafío para el Soldado. Mucho menos para el Espectro.

Ocuparon un lugar de vigilancia detrás de la robusta pared de ladrillos rojos de un almacén y observaron para asegurarse de que la rutina de los guardias no hubiera cambiado. Tal como Lola había observado con Kaz, los guardias tardaban casi doce minutos exactos en rodear la valla que había alrededor de los silos. Cuando los patrulleros se encontraban en el lado oriental del perímetro, Lola e Inej tendrían unos seis minutos para cruzar la alambrada. En cuanto pasaran al lado occidental, sería demasiado fácil que las vieran, pero en el tejado sería casi imposible verlas. Durante esos seis minutos, Lola e Inej se encargarían de depositar los gorgojos en la escotilla del silo. Si tardaban más de seis minutos, tan solo tendrían que esperar a que los guardias volvieran a dar la vuelta. No podían verlos, pero Nina tenía un potente hueso de luz a mano. Les haría señas a Lola e Inej con un breve destello de luz verde cuando pudieran hacer el cruce.

𝑺𝒆𝒗𝒆𝒏 𝑶𝒇 𝑪𝒓𝒐𝒘𝒔 || 𝑲𝒂𝒛 𝑩𝒓𝒆𝒌𝒌𝒆𝒓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora