Secretos

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Lola Swan tenía muchos secretos, demasiados como para mantenerlos todos bajo control. Pero aquel secreto, ese secreto por el que daría su vida misma tenía nombre y apellido.

Siete años atrás, cuando sus padres y hermano habían embarcado junto a ella en un barco rumbo a Kerch Lola creía que todos vivirían en una pequeña casa, decorada con lilas o amapolas y donde no tendrían miedo de que ningún fjerdano los secuestraran o mataran. Se suponía que allí reiterarían sus vidas, sin peligros ni fantasmas del pasado persiguiéndolos por las sombras.

Se suponía. Se suponía. Se suponía.

Aquellas palabras estuvieron reverberando en la cabeza de Lola durante muchos años, cada vez que recordaba aquel viaje en barco, aquellos sueños ahogados entre las olas marinas y la emoción apenas contenida de una familia que por fin se liberaría de las cadenas que los amenazaban con esclavizarlos a base de secretos no contados. A base de mentiras que los recorrían hasta el cuello con el susurro de una promesa olvidada al fondo de un océano airado.

Todavía podía recordar el frívolo viento revolviéndole el largo y sedoso pelo castaño mientras su madre la recubría con una manta de lana ajada. Podía oler la sal marina y sentir como el aire le azuzaba de maneras tranquilizantes a pesar del frío. Su hermano Liam a su lado, jugando con un camión de juguete en el suelo mientras mantenía su cabeza apoyada en las piernas de su hermana mayor, la cual le acariciaba el rizado cabello.

—Liam, cielo. Tienes que ponerte una manta o te enfermarás —le estaba diciendo su madre, mientras se apartaba los rubios cabellos del rostro y se agachaba donde se hallaban sus dos hijos, sentados encima de la madera. Envolvió al más pequeño en una mantita azul cielo.

—Mamá, ¿cuándo lleguemos a Eterdan podremos tomar chocolate caliente?

—Es Ketterdam, so lelo —le corrigió una Lola de diez años, dándole pequeños tironcitos del pelo al chico, el cual le propició un manotazo—. Auch.

Su madre negó con la cabeza, volviendo a sentarse en unas cajas al lado de su marido.

—No lo sé, cielo. ¿Tú qué opinas, Luke?

Su padre los observó con una pequeña sonrisa ladina.

—No veo por qué no.

—¿Y podremos ir al parque? ¿Y a la heladería? ¿Y al...?

—Para el carro, baquero —sonrió su madre, acariciándole una mejilla—. Por ahora solo el chocolate caliente.

Liam había refunfuñado, pero al final terminó aceptado.

Los días pasaron tras aquella pequeña conversación y el mar se había azuzado. Los marineros se hallaban corriendo por la cubierta, tirando de cuerdas y haciendo rodar varios volantes que Lola no sabía como se llamaban. El barco tambaleaba con furia y habían obligado a los pocos pasajeros a bajar hacia los cuartos de abajo, donde la única luz que iluminaba la estancia era un pequeño farol que colgaba del techo e iba dando tumbos al son de los movimientos del barco.

Todo iba bien, o todo lo bien que podría ir durante una tormenta, pero entonces, los golpes secos de los pasos de los marineros fueron remplazados por gritos de terror.

—Papá, ¿qué pasa? —había susurrado Lola, muerta del miedo.

—Nada. No te preocupes, cielo. Todo va bien —le respondió, abrazándola con fuerza para calmar los temblores de su hija.

Golpes y más golpes. Un grito tras otro. Risas desdeñosas. Eso era lo único que oía Lola mientras le rezaba a los Santos que los salvaran. Pronto, sus padres decidieron esconder a sus dos hijos dentro de unas cajas de madera. Primero se metió Lola, su madre le tapó con la tapa de madera y poniendo varias mantas por encima, luego a su hermano en la caja de al lado.

𝑺𝒆𝒗𝒆𝒏 𝑶𝒇 𝑪𝒓𝒐𝒘𝒔 || 𝑲𝒂𝒛 𝑩𝒓𝒆𝒌𝒌𝒆𝒓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora