Aliento dulce

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KAZ SE QUEDÓ DENTADO en esa silla lo que le parecieron horas, respondiendo a sus preguntas y dejando que las piezas del plan encajaran en su sitio. Veía la forma final del ardid en su mente, los pasos que necesitarían para llegar hasta allí, las formas infinitas en que podrían fracasar o ser descubiertos. Era una locura de plan, como un monstruo lleno de púas, y era justo lo que tenían que hacer para tener éxito.

Johannus Rietveld. Les había contado una media verdad. Johannus Rietveld nunca existió; Kaz había utilizado el segundo nombre de Jordie y su apellido compartido para crear la identidad del granjero años antes.

No estaba seguro de por qué había comprado la granja donde había crecido, ni de por qué había seguido haciendo negocios y adquiriendo propiedades bajo el apellido Rietveld. ¿Estaba Johannus Rietveld destinado a ser su Jakob Hertzoon? ¿Una identidad respetable como la que había creado Pekka Rollins para engañar mejor a los pichones incautos? ¿O había sido alguna forma de resucitar a la familia que había perdido? ¿Importaba siquiera? Johannus Rietveld existía en el papel y en los archivos bancarios, y Colm Fahey era perfecto para representar el papel.

Cuando la reunión terminó al fin, el café se había enfriado y ya era casi mediodía. A pesar de la luz brillante que se derramaba por las ventanas, todos intentarían al menos tener unas horas de descanso, pues ninguno había tenido oportunidad de dormir más de dos horas la noche anterior. Pero él no lo haría. «No vamos a parar». Le dolía todo el cuerpo a causa del agotamiento. La pierna había dejado de palpitarle y ahora simplemente irradiaba dolor.

Sabía lo malditamente estúpido que estaba siendo, lo poco probable que era que regresara del Listón. Se había pasado la vida esquivando y haciendo fintas. ¿Por qué enfrentarte a un problema directamente cuando podías encontrar otra forma de acercarte a él? Siempre había algún ecoveco, y él era un experto en encontrarlo. Ahora iban a lanzarse directamente hacia delante, como un buey enyugado a su arado. Lo más probable era que acabara apaleado, ensangrentado y arrastrado por el Barril hasta la escalera de entrada de Pekka Rollins. Pero habían caído en una trampa, y si tenía que ponerse en riesgo para sacarlos de ella, entonces eso es lo que haría.

Primero, tenía que encontrar a Russell. Se encontraba en el espléndido cuarto de baño blanco y dorado de la suite, sentada frente al tocador, cortando varias toallas.

—No necesitas tantas vendas para la pierna.

Ella alzó la vista, parpadeando.

—Lo sé. Son para Inej. Además, las costillas me duelen. No creo que hayan vuelto a fracturarse, pero me molestan un poco respirar. No es nada, en realidad.

Kaz frunció las cejas, pasando junto a ella. Se quitó el abrigo y lo tiró al lavabo, junto a la tinaja.

—Necesito tu ayuda para planear una ruta hasta el listón.

—No hace falta. Iré contigo.

—Ya sabes que debo enfrentarme a ellos solos —dijo—. Estarán buscando cualquier señal de debilidad y no pienso volver a caer en esa mierda. —Giró el grifo y, tras unos gruñidos chirriantes, el agua humeante comenzó a salir. A lo mejor cuando estuviera nadando en kruge haría que instalaran agua caliente en el listón—. Pero no puedo acercarme al nivel de las calles.

—No deberías acercarte en lo absoluto.

Él se quitó los guantes y metió las manos en el agua. Después se la echó en la cara y se pasó los dedos por el pelo.

—Cuéntame cuál es la mejor ruta, o yo buscaré mi propia forma de llegar.

Habría preferido caminar en vez de escalar. Demonios, habría preferido ir hasta allí en carruaje. Pero si trataba de atravesar el Barril por las calles, lo capturarían antes de que pudiera acercarse siquiera al Listón. Además, si tenía alguna oportunidad de que aquello funcionara, necesitaba un terreno alto.

𝑺𝒆𝒗𝒆𝒏 𝑶𝒇 𝑪𝒓𝒐𝒘𝒔 || 𝑲𝒂𝒛 𝑩𝒓𝒆𝒌𝒌𝒆𝒓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora