Emboscada

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Lola se coló por una callejuela, guiándose por las sombras que la ocultaban como si ellas fueran sus únicas amigas, las únicas que la entendían mientras se dirigía hacia el puerto. Todavía podía sentir el picor en su mejilla cuando una hora antes había asistido a la oficina de Per Haskell y este le había azotado un guantazo en toda la mejilla, clavándole aquellos anillos tan horteras en la piel hasta hacerla sangrar.

Lola apretó su mandíbula con fuerza para reprimir la rabia comprimida que retaba por saltar de su cuerpo en forma de huracán. Las yemas de sus dedos cosquilleaban en aprobación, pero cernió ambas manos en puños y se resistió.

¿Qué culpa tenía ella de que el señor Coller no hubiera pagado su último mes? ¿Qué culpa tenía ella de que la palabrería de su jefe fuera tan nefasta que lograra perder a su cliente? ¿Por qué quería que fuera ella a buscar a Coller sabiendo que debía embarcar en menos de un cuarto de hora en vez de mandar a cualquier otro miembro de la banda que se hallara tirado en un sofá sin hacer nada y tocándose el ombligo? Santos, como lo odiaba.

Las ganas de haberle arrancado la garganta florecieron en cuestión de segundos nada más sentir el golpe de la mano contra su cara. Si fuese por Lola, Per Haskell ya estaría colgado en medio de la plaza prendido en llamas.

Por lo menos, tras hablar con él de manera tensa había conseguido que la dejara en paz y buscara a otra persona que enmendara su jeringar. Lola no necesitaba más problemas de los necesarios y si era sincera, partir hacia Fjerda ya era un problema en potencia lo suficientemente gordo como para no necesitar más en lo que le quedaba de vida.

A lo lejos podía sentir la música erótica de los locales abiertos y las luces centelleantes que los iluminaban como estrellas en podredumbre. Tras alejarse de aquellas calles con más rapidez de la que podría llegar a admitir por fin logró divisar el puerto de Ketterdam. Las imágenes y sonidos del Barril se iban desvaneciendo a medida que se acercaba al agua. Allí no había cuerpos apretujados ni perfumes asfixiantes, pero sí los barcos.

Un nudo se fue lazando en su bajo vientre mientras se acercaba. Odiaba los barcos. Odiaba navegar y odiaba la agitada marea del mar.

Desde donde estaba podía ver varias de las torres de los Agitamareas, con las luces siempre encendidas. Aquellos gruesos obeliscos de piedra negra se hallaban ocupados día y noche, por un selecto grupo de Grisha que mantenían las mareas siempre altas, cubriendo el puente de tierra que, de otro modo, habría conectado Kerch con Shu Han. Ni siquiera Lola sabía quienes formaban el Consejo de Mareas, dónde vivían o de qué dependía su lealtad. También supervisaban los muelles, y a una señal del capitán del puerto o un estibador, podían alterar las mareas para impedir que salieran los barcos. Pero esa noche no habría tal señal. Habían sobornado a los funcionarios adecuados, y su barco ya debería estar listo para zarpar.

Lola escaló uno de los innumerables contenedores metálicos que se hallaban asentados en el puerto a la espera de ser cargados y comenzó a danzar de uno a otro.

La calma de los muelles era un cambio bienvenido, pero si ella sabía algo era que la calma siempre atraía a la tormenta. Por lo que se mantuvo con ojo avizor, bajando su capucha negra hasta que le tapara todo el rostro y asegurándose de no escalar muy alto o hacer ruido por culpa del metal bajo sus botas. Ya casi había llegado al embarcadero.

Pudo ver la leve bruma que flotaba sobre el agua; a través de ella, Lola distinguió desde lo alto a Inej, quien se encontraba a unos cuantos metros por delante de ella y al resto de su banda ya casi al lado del barco, esperando a que las dos chicas aparecieran. Por lo visto, Inej también se había retrasado.

Lola le dirigió una última mirada a la imagen de Kaz, quién había cambiado su traje inmaculado por un voluminoso abrigo de lana, llevaba el cabello oscuro peinado hacia atrás, con los laterales tan cortos como de costumbre. Sus demás camaradas también habían cambiado su atuendo por vestimentas marineras: pantalones bastos, botas, abrigos y gorros de lana gruesa. Lola no había tenido tiempo para ello, tenía pensado hacerlo cuando ya estuvieran dentro del barco, pues Rotty y Dirix habían metido todo lo necesario en él hacía varias horas atrás.

𝑺𝒆𝒗𝒆𝒏 𝑶𝒇 𝑪𝒓𝒐𝒘𝒔 || 𝑲𝒂𝒛 𝑩𝒓𝒆𝒌𝒌𝒆𝒓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora