Somos tu banda

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KAZ SE MANTUVO ALERTA y solo empezó a relajarse cuando la barca cruzó los límites del Barril y entró en las aguas más silenciosas que rodeaban el distrito financiero. Allí las calles estaban casi desiertas y la presencia de la stadwatch era mucho menor. Mientras la gondel pasaba bajo el Ledbridge, vislumbró una sombra que escapaba de la barandilla del puente. Al cabo de un momento, Inej lo acompañaba en la estrecha embarcación.

Kaz se sintió tentado de regresar al Velo Negro. Llevaba días sin dormir apenas, y la pierna no se le había recuperado del todo tras los rigores de la Corte de Hielo. Tarde o temprano su cuerpo dejaría de obedecerle.

Como si le estuviera leyendo la mente, Inej dijo:

—Yo puedo ocuparme de la casa. Nos vemos en la isla.

Pero Kaz no estaba dispuesto a dejarse vencer. No cuando Van Eck iba pisándole los talones.

—¿Desde qué dirección quieres que nos acerquemos?

—Vamos a la Iglesia del Trueque. Desde el tejado se ve la casa de Van Eck.

A Kaz no le hizo gracia, pero se adentró por el Beurscanal, dejando atrás a la Bolsa y la majestuosa fachada del hotel Geldrenner, donde seguramente el padre de Jesper estaba roncando apaciblemente.

Amarraron la gondel cerca de la iglesia. Se veía luz de vela tras las puertas de la catedral principal, abierta a todas horas para quienes desearan rezar plegarias a Ghezen.

Inej podía escalar la fachada exterior sin esfuerzo. Kaz podría haberlo intentado, pero no quería excederse esa noche; la pierna protestaba a cada paso. Necesitaba acceder a una de las capillas.

—No hace falta que subas tú también —le dijo Inej mientras recorrían el perímetro hasta localizar la puerta de la capilla.

Kaz la ignoró y forzó rápidamente la cerradura. Se colaron dentro de la cámara a oscuras y subieron dos tramos de escaleras. Las capillas estaban situadas una sobre otras, como las capas de una tarta. Cada una de ellas pertenecía a una familia de mercaderes de Kerch. Después de forzar otra cerradura, subieron por otra dichosa escalera, que ascendía en espiral hasta una trampilla que daba al tejado.

La planta de la Iglesia del Trueque imitaba la silueta de la mano de Ghezen: la enorme catedral principal formaba la palma y sus cinco dedos conjuntos de capillas superpuestas. Habían subido por la punta del dedo meñique; cruzaron el tejado de la catedral principal y avanzaron por el largo dedo anular, entre una montaña escarpada y resbaladiza de estrechos pináculos de piedra.

—¿Por qué los dioses insisten en que los veneren en lugares altos? —murmuró Kaz.

—Son los hombres los que buscan la grandiosidad —dijo Inej, saltando ágilmente, como si sus pies conocieran la topografía secreta del tejado—. Los Santos oyen las plegarias dondequiera que se pronuncien.

—¿Y responden en función de cómo les pillen?

—Lo que uno quiere y lo que el mundo necesita no siempre coinciden, Kaz. Rezar y desear son dos cosas diferentes.

«Pero igual de inútiles». Kaz se contuvo y no dijo nada. Estaba demasiado concentrado en no precipitarse hacia una muerte segura como para discutir debidamente.

Al llegar al extremo del dedo anular, se detuvieron a contemplar las vistas. Al suroeste se veían los altos chapiteles de la catedral, la Bolsa, la reluciente torre del reloj del hotel Geldrenner y el Beurscanal, que discurría como una cinta por debajo del Zenstbridge. Pero si miraba al este, desde allí tenían una vista directa a la Gelstraat y la majestuosa mansión de Van Eck.

𝑺𝒆𝒗𝒆𝒏 𝑶𝒇 𝑪𝒓𝒐𝒘𝒔 || 𝑲𝒂𝒛 𝑩𝒓𝒆𝒌𝒌𝒆𝒓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora