Tratado

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HABÍAN PASADO TRES AÑOS Y MEDIO desde aquel día, desde el día en que su vida dio un vuelco de trescientos sesenta grados. Se había cambiado de nombre, ahora ya no era Marie Smith para Ketterdam, ni siquiera Lola Swan, sino Russell Kozlov, el Soldado que acechaba por las noches y aterrorizaba por el día. Kaz Brekker la había ayudado a perfeccionar su técnica de lucha durante aquellos años, y si antes era peligrosa ahora era implacable. Brekker no se explicaba cómo la muchacha sin saber apenas nada de lucha había logrado aterrorizar a media ciudad y asesinar a decenas de personas en menos de siete meses, pero lo que nadie sabía era que Lola tenía un secreto, uno lo suficientemente poderoso y peligroso como para no poder contárselo a nadie. Ni siquiera a Kaz, su más fiel compañero en los años que había estado trabajando en la banda de los Despojos.

«Pero tampoco lo sabrá nunca» pensó ella mientras cruzaba otro callejón.

Lola agudizó su mirada, intentando ver ante la brumosa oscuridad de la noche únicamente alumbrada por las dispersas farolas y la luz de luna que caía en picado sobre ella. Por el rabillo del ojo vislumbró una sombra saltar de tejado en tejado y sonrió al reconocer a Inej entre las penumbras.

Kaz y los demás se habían reunido frente la entrada de la Bolsa. Había tres palabras grabadas en el gran arco de piedra: Enjent, Voorhent, Almhent. Diligencia, Integridad, Prosperidad.

Lola avanzó hasta salir del callejón poniéndose sobre la cabeza la capucha de su abrigo para ocultar su rostro de las luces de las farolas. Mientras se acercaba echó una ojeada a la cuadrilla que había reunidos Kaz: Dirix, Rotty, Muzzen, Keeg, Anika y Pim. También se fijó en los padrinos que había escogido para la reunión: Jesper y Gran Bolliger. Todos bromeaban y se empujaban afectuosamente, riendo y zapateando para alejar el frío que había tomado la ciudad por sorpresa, el último coletazo del invierno antes de que la primavera se asentara de verdad. Todos eran camorristas y reñidores, elegidos entre los miembros más jóvenes de los Despojos, aquellos en los que Kaz más confiaba. Lola se unió al grupo sin soltar palabra alguna, pero con una mirada menos seria ahora que tenía a todos a su lado. Al entrar al completo pudo ver a una Inej muy callada al otro lado de la cuadrilla que no había distinguido en un principio.

—¡Tres barcos! —decía en ese momento Jesper—. Los enviaron los shu. Estaban fondeados en el Primer Puerto, con los cañones aprestados, las banderas rojas ondeando y cargados de oro hasta las velas.

Gran Bolliger soltó un silbido de admiración.

—Me habría gustado verlos.

—A mí me habría gustado desvalijarlos —replicó Jesper—. Medio Consejo Mercante estaba allí, cloqueando como gallinas sin saber qué hacer.

—¿Es qué no quieren que los shu salden sus deudas? —preguntó Gran Bolliger.

Lola observó durante unos segundos a Gran Bolliger antes de dirigirle una mirada de soslayo a Kaz, quien sacudió la cabeza, y su cabello oscuro centelleó bajo la luz de las farolas. Su figura era una colección de líneas angulosas: mandíbula afilada, cuerpo esbelto y abrigo de lana ceñido. Este no había reparado en la mirada de la morena, pero eso a Lola le daba igual, lo que de verdad le preocupaba era lo que pasaría durante la reunión.

—Sí y no —contestó el pelinegro con su voz áspera como la sal de piedra—. Nunca está de más que un país esté en deuda contigo. Así son más dóciles a la hora de negociar.

—A lo mejor los shu ya se han cansado de ser dóciles —aventuró Jesper—. No tenían por qué enviar todo ese tesoro de golpe. ¿Y si fueron ellos los que liquidaron a ese embajador?

Ketterdam llevaba semanas patas arriba por el asesinato del embajador. El atentado había estado a punto de destruir las relaciones entre los Kerch y los Zemeni, y el Consejo Mercante echaba chispas. Los Zemeni le echaban la culpa a los Kerch. Los Kerch sospechaban de los Zemeni. A Kaz le daba igual quien hubiera sido, pero el asesinato le fascinaba porque no lograba deducir cómo había sido llevado a cabo. En uno de los pasillos más transitados de Stadhall, a plena vista de más de una docena de funcionarios del Gobierno, el embajador Zemeni había pasado al cuarto de baño. Nadie había entrado ni salido de allí, pero cuando su asistente llamó a la puerta, minutos después, no obtuvo respuesta. Al echar la puerta abajo encontraron al embajador tendido bocabajo en el suelo de baldosas blancas, con un puñal clavado en la espalda y el grifo aún abierto.

𝑺𝒆𝒗𝒆𝒏 𝑶𝒇 𝑪𝒓𝒐𝒘𝒔 || 𝑲𝒂𝒛 𝑩𝒓𝒆𝒌𝒌𝒆𝒓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora