Capítulo 11: El secuestro

33 9 6
                                    

Narrado por Núria

El viento silba en mis oídos con ferocidad, y tengo la sensación de que se me va a arrancar la piel de la cara. Caer desde una altura de no sé cuántos metros es una experiencia intensa y aterradora. Tengo la certeza de que voy a morir, que cerraré los ojos y todo acabará de manera rápida y aplastante.

- ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAH!- grito, mientras veo la tierra aproximarse cada vez más.

Y entonces, una sombra blanca planea debajo mío. Me lloran los ojos, pero hago un esfuerzo y miro. Atisbo unas grandes alas de plumas blancas, un pelaje inmaculado...

La criatura remonta el vuelo y sube hacia mí. Le veo el morro equino, las orejas, los grandes ojos negros y la cabellera al viento, y una idea descabellada circula por mi mente: ¿un pegaso?

Esas criaturas no existen...

¿Seguro?

El pegaso (o mi alucinación) está cada vez más cerca. En un momento dado lo veo demasiado próximo a mí... Cierro los ojos y aprieto la mandíbula, tratando de minimizar de alguna manera el impacto del choque.

No sirve de nada, obviamente.

Es como chocar contra un saco repleto de piedras. La criatura deja escapar un relincho escandalizado mientras yo caigo a plomo sobre su lomo. Me enderezo, mareada, y me hago a la idea de que sigo viva.

- ¿Estoy viva?- pregunto, incrédula. El pegaso resopla.

- ¿Qué esperabas? Plumcake tiene buena puntería- comenta una voz conocida.

Me giro y ahí está Diego, montando un pegaso negro con una elegancia mucho mayor a la mía. Parece que se haya criado montando en pegaso o algo así (ya sé que suena raro, pero ¿acaso no lo es?). Lleva la vaina con la espada sujeta a la espalda y una mochila. Aferra un puñado de crin con una mano, con gesto elegante.

- Genial. Ahora sí que estoy alucinando.

Y me desmayo. El mundo se desvanece en un remolino de colores turbulentos y confusos. Me hundo sin remedio en una oscuridad total.

...

Despierto poco a poco. Al principio me encuentro terriblemente desorientada: a mi alrededor solo hay árboles negros y altos. Por encima de las copas se ve un cielo negro de terciopelo, con las estrellas semejantes a pequeños diamantes engarzados en la noche. Un búho ulula melancólicamente a lo lejos, rompiendo el silencio sosegado que reina hasta unos instantes antes.

Hace frío. Me incorporo, y descubro que estoy reclinada contra un tronco caído. Cerca mío hay un círculo de piedras con un pequeño montón de ramas apiladas en el centro, secas y pequeñas. Alguien me ha colocado una delgada manta sobre las rodillas.

Confusa, miro en torno, buscando alguna señal que me permita ubicarme. Con un sobresalto, descubro dos grandes e imponentes figuras aladas que me observan con interés entre los árboles. Una de las criaturas es negra; la otra, blanca.

- ¿Plumcake?- pregunto, incrédula, apenas un murmullo que dibuja nubecillas en el aire.

La criatura blanca relincha, satisfecha.

- Por fin has despertado- comenta una voz, junto a mí.

Me giro y descubro cerca mío a Diego, que acarrea algunas ramas. Deja el fardo de hojarasca en el centro del círculo de piedras, extiende las palmas de las manos y veo que algo refulge entre sus dedos. Se ve un súbito relámpago y pronto el montón de leña arde.

- Así está mejor, ¿no crees?- me dice, y se sienta a mi lado. Asombrada, lo único que puedo hacer es recular unos centímetros, alejándome lo máximo posible de él. Los recuerdos de lo sucedido en el avión están volviendo a mi mente, y yo no quiero arriesgarme.

Los Dioses también tienen InstagramDonde viven las historias. Descúbrelo ahora