Capítulo 42: Distancias insalvables

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Narrado por Daiana.

Después del encuentro nocturno con Paris y Menelao en el campo de batalla, el príncipe troyano nos invita formalmente (a nosotros y a Menelao) a hospedarnos en su palacio mientras prepara todo lo necesario para acompañarnos en nuestro viaje. Menelao rechaza la oferta con educación, pero añade que sí que nos acompañará en la travesía. Supongo que es esperar demasiado que olviden todo lo sucedido tan pronto.

Una vez en el palacio, nos asignan una habitación a cada uno. Al entrar en la estancia, no puedo evitar que me invada un intenso ramalazo de nostalgia y tristeza. Este era mi tiempo. Hay veces que no puedo evitar sentirme incómoda en pleno siglo XXI, pero volver al pasado tampoco es la solución.

No sé. Tengo momentos en los que pienso que no encajo en ningún lado.

Decido asearme para olvidarme de mis problemas por un rato y dejar de oler a cuadra. Después de más de una semana ( o dos...) sin ducharme, el olorcillo a sudor ha sido sustituido por un pestazo criminal. Que sí, que en estos tiempos tampoco es tan raro, pero no dejo de sentirme un poco guarra.

El baño me sienta de maravilla. Paris nos ha acogido con todos los lujos posibles; se nota que el encuentro con Helena le ha hecho ver las cosas de una manera diferente. Al terminar, me visto con la túnica limpia que me dan unas criadas y me voy directa a la cama, muerta de cansancio.

Estoy medio dormida cuando oigo una voz junto a mi oído:

- ¿Puedo...puedo quedarme contigo?

Por poco me da un infarto. El resplandor de la luna que se cuela a través de la ventana arroja algo de luz al rostro pálido de Núria, y por un momento la confundo con otro fantasma. El hecho de que lleva una túnica blanca y larga no ayuda, como tampoco ayuda el hecho de que estoy sin gafas y lo único que veo es una mancha alargada de color blanco con algo de rojo en la parte superior.

Me incorporo un poco y me pongo las gafas. La imagen se vuelve más nítida. Ahí está Núria, junto a mi cama, observándome en silencio. Sus ojos verdes resaltan espectralmente en contraste con la cara de piel blanquísima, y el pelo rojo asemeja una llamarada que la consume lentamente. Se parece demasiado a uno de los fantasmas que ella invoca.

- ¿Qué...qué haces aquí?- susurro, adormilada- ¿Cómo has entrado?

- He atravesado la puerta- responde como si tal cosa-. Puedo...¿Puedo dormir contigo?

- Claro- contesto, algo perpleja-. Pero la próxima vez llama.

Ella asiente. Yo retiro la manta y ella se mete debajo, se hace una bolita a mi lado y se queda quieta. Noto que su corazón va a un ritmo demasiado rápido para ser normal.

- Núria, ¿estás bien?- le pregunto, preocupada de verdad.

Ella asiente, aunque es obvio que miente.

- No, no es cierto- insisto-. Cuéntamelo.

- No podía dormir sola- susurra ella, con la vista clavada en el frente-. Estaba recordando a Láquesis. Ella siempre dormía conmigo...La echaba demasiado de menos.

Alargo la mano y tomo su brazo izquierdo con suavidad. Le subo la manga y compruebo lo que me temía: hay nuevos cortes en su piel. Son superficiales, pero no dejan de preocuparme.

- Ay, Núria, ¿qué es lo que has hecho? ¿Intentar invocarla?

- Pensé...pensé que podría disculparme. Por no haber podido salvarla- reconoce, con un hilo de voz. Gruesas lágrimas caen de sus ojos como ríos en miniatura-. Y, que si no lograba contactar con ella, al menos me estaría castigando por ser tan estúpida y quedarme quieta sin hacer nada.

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