Capítulo 28: En busca de un naufragio

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Narrado por Núria.

Llega el trece de mayo y, con ello, el día de iniciar la Búsqueda de la Piedra Filosofal. Durante la semana anterior, me he estado preparando al máximo: entrenando duro, casi sin descanso, fustigándome yo misma mentalmente y sin darme tregua. La discusión con Diego sigue presente en mi memoria, pero ahora no siento más que una férrea determinación y un rechazo que se hizo evidente el día que descubrí parte de la verdad.

Ahora, me encuentro en la estación de tren de Amtrak, con mi mochila colgada al hombro y la daga en el cinturón que me dio Hades. Sonará extraño, pero ninguna persona ha reparado aún en el arma de treinta centímetros que cuelga de mi cintura.

Y a mi lado está Láquesis, vestida con una falda negra de vuelo, un top ajustado de color rojo oscuro y unas botas de cuero. Su pelo está impecable; toda su figura resalta de un modo misterioso en mitad de la marea de gente. Tiene estilo. De llevar largas túnicas anticuadas pasa a vestirse como cualquier otra veinteañera normal y viceversa. Es imposible que no me sorprenda.

- Por ahí- señala, y me coge de la mano para llevarme hacia los primeros controles.

Me arrastra por toda la estación hasta que pasamos todos los controles (nadie me dice nada sobre el cuchillo, qué cosas) y nos encontramos sentadas en un banco en el andén, esperando a que llegue el tren como cualquier pareja de amigas o de...No, mejor que deje de pensar en eso.

Entonces, llega el tren. Decenas de personas bajan y otras tantas suben; todas ellas tienen vidas normales y no se tienen que preocupar por unos dioses furibundos que las quieren matar. Son tan afortunadas...Y lo peor es que no lo saben.

Lo que daría por tener una vida normal...

- Tenemos que subir ya, Núria. Ese es nuestro tren.

La voz de Láquesis me devuelve a la realidad. La miro y ella me devuelve la mirada, con gesto comprensivo. Miro el tren, luego el cielo tormentoso que se cierne sobre nosotras, y un nudo se forma en mi garganta. Siento que he perdido la voz.

- No sé... si seré capaz- admito, con un hilillo de voz.

Láquesis se levanta del respaldo del banco (estaba ahí sentada, sí) y se agacha delante mío. Su rostro está serio.

- Estoy contigo- me asegura, con aire solemne-. Hasta el final.

Yo asiento, incapaz de pronunciar palabra alguna. El nudo de mi garganta se hace más grande, pero lo ignoro y me pongo en pie, con la vista clavada en el tren. Ya no puedo echarme atrás. Al menos, como consuelo, me recuerdo que Láquesis estará aquí, a mi lado, durante toda esta locura.

"Hasta el final"

Y subimos al tren. Ocupamos nuestros asientos y pronto el tren se pone en marcha con un sonoro traqueteo.

Atrás queda la tierra de los muertos; más atrás todavía está mi antigua vida. ¿La podré recuperar algún día, cuando todo esto acabe?

...

Dos días nos pasamos viajando en tren. No ha sido el viaje más cómodo de mi vida, pero ha resultado ser cien veces mejor que el secuestro protagonizado por Diego. El cuello se me ha quedado hecho una piltrafa, pero al menos he sido yo la que ha escogido meterse en esto.

¿Segura...?

Quiero pensar que sí, pero no puedo evitar tener la sensación de que no me dirijo a la solución de mis problemas, sino que lo estoy empeorando todo todavía más. Me siento como si estuviera corriendo en la oscuridad por terreno desconocido: sin saber adónde voy, ni qué hay a mi alrededor, solo con la certeza de que me acabaré tropezando y cayendo de bruces. Y no, no es un pensamiento reconfortante.

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