Capítulo 47: Parece imposible, pero, ¿realmente lo es?

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Narrado por Diego.

Vale, puede que eso haya sido una de las cosas más estúpidas que he hecho en mi vida. Levantarme y proponerle un duelo a la mismísima reina de las Amazonas, que seguro que me despacha en cinco segundos y con mucho entusiasmo.

Pero quiero ayudar a Núria, de alguna manera. Y a Perseo. Y a toda esa gente que está sufriendo por culpa de los jueguecitos de los dioses (como yo). Y...bueno, quería impresionar a Daiana.

¿Acabo de decir eso?

Vamos a fingir que no. Olvidemos esa parte.

Por eso, ahora estoy en el escenario del anfiteatro, frente a Feyre, sujetando mi espada con manos ligeramente sudorosas. Desde las gradas, centenares de ojos nos observan, y puedo incluso sentir la mirada de "¿por qué nunca me haces caso?" de Daiana.

Feyre sonríe, sus ojos convirtiéndose en dos rendijas oscuras. Hace unos cuantos trucos con su espada, chuleándose claramente, antes de decir:

- Alea jacta est.

Respiro hondo, me concentro y ataco primero, asestando un golpe que habría hecho retroceder a cualquiera. Sin embargo, Feyre se limita a desviar mi espada y a mirarme con burla. Ejecuto una finta, que ella vuelve a parar con insultante facilidad, e intento atacar de otra manera. Nuestras espadas se cruzan nuevamente; ejerzo más fuerza, intentando forzarla a retroceder o a soltar el arma, pero ella aguanta perfectamente, impasible, casi riéndose. Entonces, desaparece de mi campo de visión. Se mueve tan rápido que apenas me da tiempo a girarme y detener el golpe con esfuerzo. Vuelve a sonreír y otra vez se mueve a la velocidad del rayo.

Es por su cinturón de oro. Le confiere todo tipo de habilidades sobrehumanas en el combate.

Feyre me ataca con una combinación de golpes asestados a tal velocidad que su espada se convierte en un destello broncíneo. Cada vez me cuesta más seguirle el ritmo, mientras que ella parece estar fresca como una rosa. Qué rabia me da eso.

Nuestras espadas vuelven a chocar. Saltan chispas. Ella me obliga a retroceder y se ríe, cosa que me fastidia aún más. Cabreado a mil, y pensando en que debo ganar para ayudar a Núria, me la juego en un golpe en el cual descargo toda la fuerza que tengo.

Pero Feyre simplemente se agacha, rueda por el suelo y, de alguna manera, me lanza un tajo al hombro con el que sujeto la espada. Acierta de pleno. El dolor me recorre el cuerpo como una descarga eléctrica, pero no me permito soltar la espada. Ella vuelve a reírse y me lanza otro golpe; esta vez lo detengo, aunque sintiendo un dolor atroz. Ella me dedica una mirada desafiante mientras ejerce más y más presión. Y yo utilizo uno de mis trucos: cargar mi espada de electricidad.

La corriente atraviesa mi hoja y pasa a la suya, pegada a la mía. Con un grito alarmado, retira el arma, pero ya es tarde; sale despedida hacia atrás y cae al suelo unos metros después.

Bajo la espada, sujetándome el hombro herido. Ella se levanta con dificultad y me dirige una mirada iracunda. El público no cesa de gritarnos.

Y Feyre, con un único grito lleno de rabia, arremete contra mí con tal fuerza que, al instintivamente levantar la espada para intentar protegerme, me hace caer al suelo.

Me doy tal golpe, al caer de espaldas, que por un segundo me quedo sin respiración.

Feyre se acerca y de una patada manda mi espada a tomar por culo. Entonces, sisea:

- ¿Te suena esta situación, Diego Estrada? Tal vez entonces los papeles no eran exactamente los mismos, pero...Haz memoria, venga. ¿A que no es divertido sentirte impotente e inferior?

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