Capítulo 44: El reflejo maldito

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Narrado por Núria.

-Despierta, tenemos que continuar.

La voz de Daiana me saca de mi somnolencia. Abro los ojos y veo que Diego ya está en pie, con la mochila colgada a la espalda y gesto serio. Me restriego la cara para acabar de despejarme y la noto húmeda: ¿lágrimas, tal vez? ¿He llorado en sueños?

No hablamos mucho mientras acabamos de recoger nuestras cosas. En poco tiempo volvemos a estar en marcha, recorriendo los túneles infinitos del laberinto, hacia un destino incierto.

Caminamos durante lo que parece una eternidad, con breves pausas para descansar lo justo y comer algo. Varias veces temo haberme equivocado de camino, pero afortunadamente no es así.

Pierdo la noción del tiempo. Podríamos llevar días o semanas dando vueltas por las entrañas del laberinto. Me duele la vista de intentar enfocar las paredes de ladrillo o la negrura impenetrable que se cierne delante nuestro. Como siempre está oscuro, no tengo ni la más remota idea de si es de día o de noche.

Cuando ya comenzamos a desesperarnos, percibo un cambio en el ambiente. Como si hubiera estado viéndolo todo en blanco y negro y de repente volviera a ver los colores, con una intensidad que antes no había sospechado.

- ¿Lo habéis notado?- pregunto, volviéndome hacia Diego y Daiana.

- Sí- contesta mi amiga-. Hemos dejado atrás Troya- Al decir esto, percibo algo de melancolía en su voz-. Ya estamos cerca.

- ¿Cerca de qué?- inquiere Diego.

- Del Espejo de Narciso- contesto yo.

- ¿Y eso dónde está?- vuelve a preguntar.

- La verdad, no tengo ni idea.

- Oh, genial. Maravilloso.

Tras caminar un rato más (¿una hora, dos, treinta minutos?) veo una débil luz verdosa al final de la oscuridad. Informo a mis compañeros y, tras mirarnos un momento, los tres echamos a correr hacia la luz, desesperados por abandonar el asfixiante laberinto de una vez por todas.

Nos precipitamos fuera del túnel y...nos caemos por un terraplén. Tan emocionados estábamos que no hemos mirado dónde salíamos. Ahora tenemos la respuesta: una cueva, situada en una especie de pequeño barranco, en un frondoso bosque.

Caigo encima de Daiana y me clavo sus gafas en al lado de la ceja izquierda, lo que me provoca un pequeño desgarrón. Ella suelta una exclamación malsonante al sentir mi peso encima suyo. Y entonces nos cae encima Diego, que termina de rematarnos.

- ¡OH, ESTIGE!- maldice Daiana, y yo corro a sacudirme a Diego de encima para poder dejarle respirar.

- ¿Estás bien?- le pregunta Diego a mi amiga, con expresión preocupada.

Ella se incorpora con cuidado, al tiempo que se pone bien las gafas. Las tiene llenas de mugre, y en su pelo hay unas cuantas hojas pegadas.

- Sí, es solo que me habéis aplastado. ¿Vosotros estáis bien?

- Me he clavado tus gafas en la frente, pero no es grave.

- Sí, no te preocupes.

Hay algo que ha cambiado. La actitud de Diego hacia Daiana es muy diferente a la que tenía al principio de toda esta locura.

- Hmm...¿Y dónde estamos exactamente?- pregunto, mirando a mi alrededor.

Veo altos abetos a mi alrededor, que se mueven levemente al compás del viento. El cielo es tan azul que me hace daño a la vista, acostumbrada ya a la oscuridad del laberinto.

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