Capítulo 21: A veces, la verdad duele

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Narrado por Núria.

Deprimente. Ésta es la palabra que mejor define el camino hasta llegar al castillo: sombras corpóreas que vagabundean por un infinito campo de maleza gris, rondando sin rumbo entre chopos y álamos, que de vez en cuando se te acercan, te sueltan unos chirridos inconexos y luego vuelven a alejarse. Hay tantos que parece que haya un nubarrón de tormenta estacionado en el suelo de la cueva.

Los muertos no asustan. Dan lástima. Son tristes, infinitamente tristes. Pero no aterran. Hacen que valores hasta el último segundo que llevas vivo.

Y cuando llegamos a la fortaleza...Una intensa emoción me sobrecoge al contemplar sus altos muros negros, sus torres infinitas construidas con ladrillos oscuros, sus ventanas alargadas y tétricas, su portalón de bronce bruñido decorado con macabras escenas de muerte. Unas lucecitas tétricas danzan por doquier, iluminando la brutal construcción que se cierne sobre nosotros con un resplandor verdoso teñido de ponzoña.

El lugar me fascina y aterra a partes iguales. Mi curiosidad quiere entrar ahí, aunque sea solo para saber cómo es tamaña fortaleza por dentro.

De repente, mientras cruzamos la puerta principal (custodiada por otros dos soldados muertos), me invade una extraña sensación que ya había sentido antes. El presentimiento de que una parte mía pertenece a este lugar, me guste o no. Estoy atada a este sitio, vinculada de tal forma que me es imposible negar que esa conexión existe.

- Yo conozco este sitio- murmuro, mirando con asombro una araña de luces, hecha de hierro negro, que pende del altísimo techo. Las llamas de sus velas son verdes, y arrojan sombras que danzan siniestramente sobre las frías paredes.

- ¿Cómo dices?- pregunta Láquesis.

- Nada, nada.

- Ah.

Todavía está enfadada conmigo. Noto una presión en el pecho; la miro, deseando que nuestras miradas se crucen para hallar algo de complicidad en sus ojos, pero ella tiene la vista firmemente clavada en el frente. Suspiro, abatida. ¿Qué esperaba? ¿Que le importara o algo...?

Mis pensamientos se detienen. Hemos llegado a la sala del trono, una sala lóbrega como el resto del castillo, pero indudablemente más interesante. Más...cercana a mí.

Hay dos tronos. Uno tiene forma de flor, con pequeños diamantes engarzados. El otro está labrado de tal forma que parece estar hecho de huesos humanos; una calavera siniestra con una corona hecha de obsidianas remata el alto respaldo del trono. Y sentado en el trono, está...

Mi corazón se detiene.

Se trata de un hombre alto, tan pálido como yo, con el pelo negro, largo y grasiento bajo una corona de verdaderos huesos humanos decorados con obsidianas. Los ojos parecen estar hundidos en la cara, como si fueran los de una calavera, y tienen un brillo de peligrosa y mortal locura. Viste una túnica larga y negra, en la cual se pueden apreciar lo que parecen rostros atormentados, con lo que da la impresión de que su ropa está tejida con espíritus condenados.

Antes he dicho que se trata de un hombre, pero queda claro que es mucho más que eso.

Él clava sus ojos oscuros en mí con tanta intensidad que me siento como si me estuviera escaneando con rayos X. La cabeza me da vueltas, y noto un extraño zumbido en los oídos.

- Bienvenida a mi morada- me saluda el dios, con un asomo de sonrisa triunfal en los labios-. Hace tiempo que esperaba este encuentro, hija

El impacto de sus palabras es tan fuerte en mí que me quedo sin respiración durante unos segundos. Sin hablar, sin moverme, sin respirar. Me siento atónita, incrédula. Es como si, de nuevo, alguien estuviera sacudiendo mi mundo conocido, rompiendo los principios en que me he estado basando toda mi vida y poniéndolo todo patas arriba.

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