Capítulo 2: El Robo

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Narrado por Núria

Me incorporo hasta quedar sentada frente a la caja, pero no me atrevo a moverme más por varias razones. Primero, porque toda la energía que tenía antes parece haberme abandonado sin piedad, y, segundo, estoy atrapada en el centro de lo que parece un tornado de luz y sombra, de bien y mal.

Figuras borrosas no cesan de salir de la Caja de Pandora. A medida que se incorporan al remolino, que gira al son de la canción de las ninfas, su imagen se vuelve más nítida y corpórea. Y puedo distinguir varias formas bien definidas: una joven muy hermosa, con alas blancas; una mujer de aspecto fiero, con la piel tostada llena de cicatrices, que acarrea una espada de filo afiladísimo; una tropa de guerreros temibles sale de la caja y se une al torbellino, haciendo ruido con sus lanzas y escudos; unas criaturas misteriosas que se cubren con capas oscuras y de las cuales sólo entreveo una cosa afilada que reluce...

Siento la necesidad urgente de salir de aquí, de huir para olvidar lo que he hecho. Es mi culpa, no paro de repetirme. Si yo no hubiera sido tan tonta y curiosa, nada de esto habría pasado.

Pero... También fueron aquellas voces las que me instaron a hacerlo. Esas voces grises que no salían de ningún lado, y que se encontraban tan desamparadas y perdidas que su única opción de ser algo era que se abriera la caja. Esas voces fueron las que me empujaron a hacerlo, me digo para aliviar el sentimiento asfixiante de la culpa.

Y de repente la música se para. Las ninfas dejan de cantar, el torbellino se detiene y las figuras se agachan en torno a mí, observándome con avidez, devoción y algo de respeto.

Un silencio sepulcral se adueña de la cueva. Soy el centro de atención, y esto no me gusta. Mi respiración se vuelve jadeante a causa del nerviosismo. Buscando algo para distraerme, bajo la vista y me fijo en los extraños ropajes que llevo puestos. ¿Desde cuándo tengo una túnica blanca con cinturón dorado? La túnica es bastante bonita, eso sí, pero hay otras cuestiones más importantes a resolver en estos momentos.

Una mujer se ha levantado y camina con paso resuelto hasta llegar enfrente mío. Tengo que reprimir un grito de horror al tenerla delante.

Su rostro es de rasgos suaves y armoniosos, con unos ojos castaños que miran al infinito y nunca buscan mi mirada. Tiene los labios de color rojo sangre, y sus dientes son algo más afilados de lo normal. Viste una túnica anticuada, que está rasgada y manchada de sangre, barro y polvo. En los pies calza unas gastadas sandalias de cuero.

El problema está cuando miras su cabellera. En lugar de pelo, esta dama tiene...

Serpientes. Pequeñas serpientes de color verde intenso, con patrones geométricos de color negro en su piel escamada. El vientre de los reptiles es de color blanco, y sus ojos ambarinos me observan fijamente. Sisean y muestran sus colmillos venenosos.

La dama se agacha frente a la caja, se asoma y mira en su interior. Saca una pequeña caja de bronce, la abre y extrae unas lentillas amarillas. Con delicadeza, se pone las lentillas, cambiando el bello tono marrón de sus iris por uno amarillo, con las pupilas ovaladas, un tono inhumano y peligroso. Tengo la certeza de que con mirarla me bastará para morir.

Súbitamente, sin avisar ni nada, la mujer (bueno, es que no sé cómo llamarla) me agarra la cara y clava sus ojos en los míos.

El tiempo se detiene.

Unas imágenes pasan delante mío con rapidez. Intento verlas y comprender su significado.

Veo una mujer vestida con armadura griega y tocada con una corona de laurel dorado. Porta una lanza y una lechuza está posada en su hombro. Grita, enfadada, algo a una joven muy hermosa, y de repente le lanza un rayo de energía que la aprisiona. Cuando la luz cegadora se disuelve, puedo ver que la joven se ha convertido en la mujer del pelo de serpientes.

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