Capítulo 27: El mito de Eros y Psique (III)

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Narrador omnisciente. Tiempo pasado.

Psique estaba desesperada.

Hacía apenas unas horas, su vida era perfecta. Pero, en pocos minutos, todo había desaparecido como si nada hubiera sido real. Como si aquel dolor que sentía en el corazón fuera sólo producto de su imaginación.

Desde que Eros se fue volando y la dejó plantada, Psique no había parado de recriminarse su inmensa inocencia. ¿Cómo podía ser que hubiera caído en la trampa que le habían tendido sus hermanas? ¿Cómo había podido ser tan ingenua?

Tan mal se sentía que se puso a caminar sin un rumbo fijo, y al encontrar un minúsculo arroyo que fluía entre una pequeña arboleda, intentó ahogarse en el agua, pero su segundo intento de suicidio tampoco dio resultado. Así que se quedó sentada en el barro, llorando y lamentándose hasta que el dios Pan, que andaba por la zona, la oyó y se le acercó, compadecido.

Pan tenía forma de sátiro fondón y bonachón. Era el dios de las tierras vírgenes, y aquel día, paseando por una arboleda, descubrió a Psique hecha un mar de lágrimas en mitad de un diminuto afluente de agua. Le dio tanta pena la imagen de una muchacha tan hermosa llorando en el barro que sintió la necesidad de ayudarla.

- Eh, guapa, ¿qué sucede?- le preguntó, en tono amistoso.

Psique le miró de reojo y dejó de llorar por un momento. Ser llamada "guapa" por un sátiro, por mucho que fuera un dios, no le hacía demasiada gracia. Sobre todo si tenemos en cuenta que, por culpa de su belleza, una diosa quería verla muerta.

Como Psique no le contestó, Pan decidió intentarlo de nuevo.

- ¿Tienes algún problema? Porque yo soy un dios, y, ya sabes, si tienes problemas los dioses te ayudar...

- ¡NO!- gritó Psique, y el pobre Pan dio un brinco, sobresaltado- ¡Los dioses no van a querer ayudarme!

- Bueno, pues nada, maja, que tengas un buen día- murmuró Pan, y desapareció entre los árboles.

Nuevamente sola, Psique se secó las lágrimas y se puso en pie. Llorar e intentar suicidarse no era una manera de solucionar sus problemas. Debía enfrentarse a ellos, aunque aquello supusiera poner en riesgo su vida. Pero, si quería ver de nuevo a Eros, era la única opción que tenía.

Sin embargo, antes pensaba devolvérsela a sus hermanas...

Primero, viajó al reino de su hermana mayor. Ella, al ver a Psique triste y hecha una pena, se alegró tanto que le costó poco disimular su felicidad.

- ¡Oh, querida hermana! ¿Qué te ha pasado?

- Seguí tu consejo. Encendí una vela y vi a mi marido- contestó Psique.

- ¡Vaya! Y bien, ¿resultó ser un monstruo?- inquirió la hermana, ávida de respuestas.

- No- respondió Psique-. Se trataba de Eros, dios del amor.

A la hermana mayor se le pusieron los ojos como platos, y su envidia aumentó. Además, todo tenía sentido, así que no era posible que Psique estuviera mintiendo. Guapos con guapos, pensó, amargada.

- ¿Y sabes qué?- continuó diciendo Psique, con gesto pensativo- Cuando se dio cuenta de que yo le había visto, se puso hecho una furia y dijo que me abandonaba, porque se había dado cuenta de que había chicas mejores que yo. Me dijo que te esperaba en la roca por la que yo me tiré; que su corazón es tuyo y que anhela encontrarse contigo cuanto antes.

La hermana no le dejó acabar la frase. Salió disparada a las cuadras, cogió un caballo y cabalgó sin descanso hasta llegar al famoso acantilado. Allí, se subió a la roca, se tiró y se mató.

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