Capítulo 19: Los misterios del destino

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Narrado por Núria.

Varias horas después, despierto. Al abrir los ojos, espero a que mis pupilas se acostumbren a la semipenumbra que hay en la cueva. Cuando por fin la oscuridad se aclara, lo primero que veo es el rostro de Láquesis cerca mío. Muy cerca, de hecho. Tanto que me llevo un buen sobresalto.

Obviamente, mi reacción es alejarme hasta llegar al borde del colchón, intentando hacer el menor ruido para no despertarla. Por suerte, tiene un sueño profundo y ni se inmuta.

Una vez a una distancia prudencial, intento volver a dormirme, pero me resulta imposible. Algo en mi interior quiere que gire la cabeza para mirar a Láquesis, su hermoso rostro intemporal iluminado por la suave luz de las velas. Sin embargo, yo reprimo ese impulso una y otra vez, repitiéndome que sería una tontería. Total, ya la veré luego, ¿no?

Pfff, mi sistema nervioso no opina igual, ya que acabo poniéndome de lado y contemplándola en la penumbra. Sus cabellos parecen de oro y su piel de mármol. Sus pestañas son largas y adorables, y la curvatura de sus labios es simplemente perfecta. Su pecho sube y baja de manera tranquila, a la vez que con el aire que sale de su boca sopla un mechón de pelo rubio, que revolotea sobre su frente. Es tan bonita que no parece real.

Y ahí me quedo, mirándola embobada, hasta que suena la alarma del despertador y el hechizo se rompe.

Láquesis frunce el ceño levemente. Luego, bosteza y abre los ojos. Se incorpora un poco, hasta quedar sentada, y entonces se me queda mirando. Algo se remueve dentro de mí.

- ¿Te molestaron los fantasmas?- murmura, con voz adormilada.

- No- repongo-. De hecho, he dormido bastante bien, para no conocerte de más de un día y ya haber compartido cama.

- Bah, qué más dará. Si hemos dormido cada una en un lado...

Un silencio levemente incómodo se cierne sobre ambas. Pienso en la conversación que mantuvimos anoche y en lo adorable que estaba dormida.

- Bueno- suspira, rompiendo la momentánea tensión ambiental-. Ya sabes que tengo que trabajar, así que...

- Sí, sí- convengo yo-. Haz lo que tengas que hacer.

Lo mismo que el otro día: se viste, coge sus cosas y se va a medir hilos o a hacer lo que sea que haga con sus hermanas. Yo me quedo un poco triste, sobre todo porque los malos pensamientos vuelven a atacarme sin piedad, pero me fuerzo a apartarlos para no acabar llorando (de nuevo). Así que me levanto, me visto y desayuno algo. Y luego, mi instinto más odiado aparece y me insta a buscar problemas.

Me refiero a mi curiosidad, cómo no. Siempre que hago caso a ese impulso irracional acabo metiéndome en problemas, como con el asuntillo de Daiana y Choréftria.

En este caso, mi irrefrenable curiosidad quiere que investigue un poco sobre el lugar en que me encuentro. Que me dé una vueltecita por el Infierno, vaya.

Por una vez, decido hacer una concesión a mi instinto, ya que necesito distraerme urgentemente con cualquier cosa y no pienso quedarme aquí encerrada más tiempo. Ah, y estaría guay ver si hay una salida o algo, o una cabina telefónica para llamar a mi madre, ni que sea (vale, es lo menos probable que haya, pero ¿qué más da?).

Me calzo las Converse y recojo mi pelo en un moño mal hecho. Una vez que me considero lista para salir, me armo de valor y abro la puerta.

La música de Láquesis me recibe en cuanto pongo un pie en la sala que ejerce como vestíbulo. Admiro el mosaico del suelo, las columnas y las puertas de bronce, preguntándome qué debe de haber tras ellas. Supongo que tres son sus habitaciones, y que una, cuya puerta está entreabierta, es donde "trabajan". Mi curiosidad se dispara hasta alcanzar niveles alarmantes en cuanto poso la vista sobre esa puerta, y, antes de que me dé cuenta de lo que estoy haciendo, ya estoy espiando de manera discreta por la rendija.

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