Capítulo 18

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*Tyler*

Lo sabía, sabía que Emma estaba viéndose otra vez con ese capullo, si ese hijo de puta de Vitale no hubiera secuestrado a Tara, ese imbécil nunca habría vuelto a nuestras vidas, Emma y yo quizás estuviéramos prometidos y todo seguiría bien, pero no, todo esto es un maldito desastre. Estoy furioso y enfadado con ella, nunca me imaginé que tuviera que decidirse por uno de los dos, es una gilipollez, no puedo quedarme así, como si no pasase nada, así que en cuanto me subí al coche conduje hasta la casa de ese patán, quería hablar con él, mentira, lo único que quiero es estrangularle y partirle la cara.

Me bajé corriendo del coche y me metí, sus hombres estaban a fuera, me preguntaron a dónde iba y al principio no me querían dejar entrar, pero al parecer Maxwell les dio autorización para que subiera. No sabía lo que le esperaba.

— ¿Tyler? ¿Qué querías?

— A ti te quería ver —cogí impulso y le golpeé en la cara.

— ¡Cálmate Tyler! —sus hombres nos separaron al instante.

— ¡NO! —me resistí a ellos—. Siempre te tienes que entrometer en todo, mi familia, en el trabajo...

— ¿De qué estás hablando? —me mira confundido como si no entendiera nada.

— No te hagas el loco, Emma me lo ha contado.

— ¿El qué exactamente? —miro cómo le sangra la boca.

— Aléjate de ella, no la vuelvas a ver en tu puta vida, ¿me oyes? —se acerca, quería volver a partirle la cara, pero sus hombres no me soltaban—. No sé qué mentira, la habrás contado para que vuelva a sentir algo por ti, pero no te acerques.

— ¿Por qué no dejamos que decida ella con quién quiere quedarse? —dice tranquilo.

— Y una mierda.

— Verás Tyler... Emma ya es lo suficientemente mayorcita, no hace falta que vengas tú decidiendo por ella como si fuera una pobre indefensa.

— Claro que no es una niña, pero no sabe tus verdaderas intenciones.

— ¿Según tú? ¿Cuáles?

— Quieres hacerla daño y no te lo voy a permitir.

— Eso es lo que piensas, pero no es así —me mira fijamente cabreado—. Yo siempre he amado y amaré a Emma, así que no, nunca la haría daño.

— Pues si es así, aléjate.

— No puedo —dijo sinceramente—. Soltadle.

— Pero señor —dijo uno de sus hombres.

— He dicho que le soltéis.

— Sí señor.

En el fondo sabía que tenía razón, que estaba loco y perdidamente enamorado de ella como yo lo estoy.


— Sé que tú la amas, pero yo también —me puse recto—. Siempre terminas haciéndola daño, tú no veías las noches que se pasaba llorando por ti, como se le iba apagando la luz de su mirada. Le costó mucho superar lo vuestro y ¿Sabes qué? Yo siempre estuve ahí para ella y no la dejaré fácilmente.

— Soy consciente de ello, no sabes lo mucho que me arrepiento de haberle hecho tanto daño, pero no puedo cambiar el pasado y estoy intentando arreglar las cosas.

Al final del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora