Caramelo

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Shoko detestaba las cosas dulces.

No le gustaba ninguna clase de dulce, ni el amargo ni el normal o el de cafeína. Nada le gustaba de aquel vicio que sólo ayudaba a las personas a ser más y más diabéticas, que creaba niños con obesidad y adultos con disforia.

Pero su compañero de apartamento era diferente.

Amaba los dulces de cualquier tipo pero en especial amaba los caramelos de cuadro de anís de una dulcería tradicional mexicana a la que la obligó a llevarlo una vez que estaba demasiado ansioso por algún dulce.

Satoru literalmente tenía dulces en cada esquina de su casa; el jarrón con gomitas en la sala, los estantes con distintos dulces de distintos países, las tabletas de chocolate que encontró cerca de los condones cuando buscaba el cargador de él después de que se salió de su hogar por la gran riña que tuvo con su madre.
Habían pasado un par de meses y gracias a él no se había quedado sin techo o comida mientras seguía yendo a la universidad, la cual gracias a su beca del 100% ella no había perdido la oportunidad de seguir adelante con su carrera de medicina. Por ello era que la preocupaba un poco que él ingiriera grandes cantidades de azúcar.

—Deja eso Satoru –le dijo cuando se sentó junto a ella en uno de los sillones del balcón que daba frente a la ciudad —¿no es tu segunda bolsa de dulces?

—Primero que nada –levantó el dedo índice —son cuadro de anís, una delicia poco valorada en la comunidad dulcera –levantó otro dedo más para acerle compañía —segundo, es mi cuarta bolsa. ¿Qué mas da si como un poco más?

—No habrá quien me mantenga –le dijo ella sería —y habló enserio, un día esa adiccion te va a hacer diabético, te hará ganar mucho peso, que provocará problemas dentales y-

—Estoy bien querida –le sonrió coqueto mientras se metía otro caramelo a la boca y le sonreía.

Ella cerró el libro, lo dejo en la mesa y lo vio para que se diera cuenta cuán serio hablaba pero Satoru la ignoraba.
Shoko suspiró y tomando aire se levantó del sillón, le arrebató la bolsa de celofán a Satoru y comenzó a caminar hasta donde la piscina se encontraba.

—¿¡SHOKO!? –le gritó alterado al ver a la castaña hacer tal acción —no es divertido, dame esa bolsa –pidió amablemente acercándose a ella con la mano extendida. Había olvidado comprar más dulces de ese tipo y como esa era su única bolsa y era seguro que a esas horas la tienda de dulces ya estaba cerrada, no quería desperdiciarlos —¿Sho? ¿Por favor?

Ella se había detenido en el borde de la piscina y lo vio a los ojos. Lo hacía por su bien.

—Lo siento Satoru, pero créeme que es lo mejor –y antes de que ella pudiera tirarlos, Satoru se arrojó hasta donde ella estaba provocando la caída de los dos a la piscina.
Shoko maldijo al muchacho y soltó la bolsa, dejándola a su suerte para poder ella nadar hasta la superficie. Al salir, tomo una bocanada de aire y comenzó a chapotear desesperada por un poco a ayuda.

Las manos de Satoru las atrajeron hasta él y fue así como Shoko rodeó su cuello y con sus piernas abrazo su tórax, asegurándose de que no se separaría de aquel que actuaba como su salvavidas improvisado.

—¡Satoru! –le dijo dándole un golpe en la cabeza en cuanto logró recobrar la calma y el sentido de quien era —¡Sabes que no se nadar!

—¡Y tú sabes cuánto me gustan eso dulces! –la regañó, viéndola verdaderamente enojado y nada pasivo, muy contrario al hombre con el que convivía a diario.

—¡Ya no eres un niño para que comas a toda hora putos dulces y caramelos!

—¿Y quién eres tú para prohibírmelo? –preguntó intentando sacársela, importándole poco o nada que ella se hubiera pegado más a su cuerpo por el obvio miedo que le tenia al agua —¡Eres solo una amiga que vive conmigo! Por favor Shoko ¡necesito esos dulces para mantener mi mente funcionando!

—¡Lo que necesitas es un psicólogo! –la castaña se pegó más a él, mientras que Satoru la tomaba de los muslos, la cadera y hasta la empujaba del pecho para librarse de su agarre —estas demasiado traumado por toda esa mierda que solo hará que te enfermes ¿y quién sea la estúpida que te cuidara? ¡Yo!

—¡NO TE LO PEDÍ!

—¡NO HACE FALTA QUE ME LO PIDAS PARA QUE YO LO HAGA! –le gritó, tomándolo de las mejillas con ambas manos viendo con mucha seriedad sus ojos —lo haría sin que me lo pidieras, sin que me pagaras, sin necesidad de que estés ya enfermo...- te cuidaría con mi vida, asqueroso pedazo de mierda egoísta.

El beso tomo en curva a Gojo, por supuesto.

Sentía la inexperiencia de Shoko sobre sus labios, moviéndose con torpeza, sin premura pero con mucho cariño y hasta cierto punto una leve sensualidad que desconocía de su amiga.
Era eso o el hecho de que movía sus caderas tan bien que Satoru había perdido el juicio y olvido que estaba enojado con ella.

Mientras, ella pensaba que la boca de Satoru sabía mucho a dulce de anís.

Por mucho que odiara los dulces, sentía que podría aguantarlos solo por él.

oneshots satosho #2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora