Las estatuas en la Galería Real del Palacio de Westminster eran un constante recordatorio del poder que se manejaba en las casas del Parlamento.
Los techos altos, las paredes de madera tallada y los sofás de cuero rojo repujado provocaban una sensación de pequeñez en Julian, como si fuera una hormiga cruzando la carretera. Por la habitación corría una frialdad que traspasaba el traje negro que se había puesto después de tardar media hora en decidir cuál ponerse, abandonar el club y pasar por su madre. La mitad de septiembre estaba a la vuelta de la esquina y por ende el frescor del otoño. Julian se ajustó la bufanda roja. Los años no lo habían hecho inmune a las bajas temperaturas. Sin importar que fuera una inocente brisa de primavera, Julian siempre acababa temblando de frío.
Echó una rápida mirada a su reloj. Llevaba casi hora y media esperando a que su madre terminara la entrevista de la que dependía que le concedieran, o no, el cargo como jueza presidenta de la Corte de la Corona. Le había repetido hasta el cansancio que le iría de maravilla, pero su madre...Bueno, aún le costaba aceptar sus propias virtudes.
Julian inspiró profundamente y descansó la pierna derecha sobre la izquierda. Le fastidiaba esperar, en especial en aquella sala opulenta y ostentosa que estaba repleta de nobles que de vez en cuando se fijaban en él con una mirada de extrañeza y, a veces, de incomodidad. No era costumbre que alguien que no perteneciera a la Cámara de los Lores estuviera ocupando uno de sus asientos. A Julian tampoco le había parecido buena idea sentarse allí, pero Simon había insistido en que lo hiciera.
―En un futuro, espero que muy lejano, también ocuparás una silla. ―Agradeció al ministro que abrió la puerta de la cámara, le hizo una seña a Olive y la observó ingresar a la sala―. Podrías aprovechar la oportunidad para irte familiarizando con el lugar. Y... ―Simon esbozó una sonrisa discreta― si ves llegar a William, recuérdale que no se debe llegar tarde a las sesiones.
Julian se echó a reír, pero la carcajada murió en el instante en que se quedó a solas, acompañado por el ensordecedor ruido de los nobles en medio de debates mientras bebían una taza de té o café con las copias de sus proyectos desparramadas en las mesas. Tras la muerte de su padre, Julian tendría que abandonar el vizcondado Iverson y aceptar el condado de Kenton. Ya no sería un noble de cortesía para llevar sobre sus hombros el peso de un verdadero título que lo obligaría a tomar una silla en la Cámara de los Lores, lo que implicaba más procesos políticos y legales. ¡Qué espanto! Y él que seguía buscando una vía de escape de la carrera de abogado con la misma desesperación que el primer día.
Suspiró, se repantigó en el asiento y metió las manos en los bolsillos. Toda pizca de preocupación o ansiedad desapareció apenas sus dedos rozaron el aro metálico en su bolsillo derecho. Lo contempló debajo de la luz amarillenta de la lámpara de araña. Se trataba de la misma pieza de joyería que se le había caído en el club, pieza que le había visto usar más que cualquier otra de las que tenía. La marquesa de obsidiana era falsa y el metal ya había perdido redondez, lo que demostraba que llevaba varios años con el anillo. Wren no era precisamente ostentosa con la joyería, pero sí que le gustaba utilizarla, en especial los anillos y los brazaletes. Una que otra vez le descubrió una cadena de plata en el cuello o unos pendientes negros. A decir verdad, no era de utilizar colores: se limitaba al negro, blanco, gris y, en ocasiones, marrón. Su vestimenta y joyería eran demasiado tristes para una mujer que, cada vez que atravesaba el salón del club o se la cruzaba en el lugar más inesperado, le daba color a la vida agrisada de Julian.
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Royal Affair (Serie Herederos 3)
RomanceElla está llena de secretos; él quiere conocerlos todos. Ser la cotilla más detestada de Inglaterra no estaba en los planes de Wren Carmichael, como tampoco lo estaba reencontrarse con un recuerdo que se supone que había quedado atrás. Julian Remse...