Arathorn Estate era una propiedad magnífica en la parroquia civil de West Northamptonshire, a poco más de una hora y media de distancia de Chelsea. Wren no era tonta. Sabía que no era prudente recorrer semejante distancia a pie, así que pidió un taxi y desconectó sus pensamientos durante el recorrido. De lo contrario, corría el riesgo de perder la cabeza y obsesionarse con el mar de preguntas que inundaban su mente. Dobló esfuerzos por entretenerse con el pasar de la ciudad a través de la ventana, en las calles mojadas, el viento que sacudía las copas de los árboles y las hojas que ya comenzaban a caer.
Pero todo lo que veía era un mundo en blanco y negro. Se le encogió el corazón al pensar que la persona que le había provocado ese daño compartía la sangre con ella.
Sacudió la cabeza. Se aseguró de utilizar la hora y media de viaje para reconfortarse en la idea de que se trataba de un error o, en el peor de los casos, de una venganza sin escrúpulos de parte de lord Kenton. Brianna y ella no tenían nada en común, excepto por el cabello rubio y los ojos grises, dos características que no significaban nada. No podían significar nada.
El corazón de Wren se detuvo al llegar a Arathorn Estate, sorprendida de lo rápido que podía transcurrir el tiempo cuando la atormentaban tantas dudas. Pero más la sorprendió la disponibilidad de la seguridad del conde de permitirle la entrada sin pedir identificación, como si la estuvieran esperando. La puerta doble de la entrada se abrió antes de alcanzar el pórtico y el ama de llaves la condujo al salón del té sin preguntarle a quien había venido a visitar. Wren se apoyó del marco de la puerta. Nada de eso tenía por qué significar algo en específico: solo estaban siendo atentos con la visita. Sí... Debía ser eso.
―¿Le gustaría tomar algo? ¿Un té, quizá? ¿O prefiere algo de comer?
El ofrecimiento del ama de llaves la mareó. En su estómago no cabía nada. De solo pensar en comida sintió nauseas. De modo que, al negarse, la mujer abandonó la sala sin decir una sola palabra. Wren se adentró a la habitación con las rodillas debilitadas. Habría preferido que su atención se centrara en el relieve ornamentado del chaflán, en el papel pintado de las molduras de las paredes o en el acanto de las cornisas. Pero no. Sus ojos se detuvieron en la única fotografía sobre la mesa redonda en la que descansaba un libro abierto. Se acercó y estudió a la pareja que sonreía mirando a la cámara, con la mano posada en Brianna parada en medio de ambos. Una foto preciosa de una familia preciosa.
La felicidad que transmitían sus sonrisas desató una oleada de náuseas, y Wren tuvo que darle la espalda. Fue cuando escuchó los pasos y el hombre de la fotografía atravesó la puerta del salón de té y se detuvo en el mismo lugar, y apoyándose de la misma manera, en dónde había estado Wren un instante antes. El corazón se le detuvo en el instante que los ojos del conde de Arathorn se detuvieron en ella y la estudiaron con tiento, como si estuviera contemplando si acercarse o no a la jaula de un león. Wren no había visto fotografías de él antes de que perdiera la percepción de los colores, de modo que era imposible saber si su cabello era rubio o castaño claro, o si sus ojos eran azules, verdes o grises, si la barba que endurecía si mandíbula ya estaba llena de canas o si la camisa mal arremangada ―una manga estaba más alta que otra― era blanca, gris o cualquier otro color claro.
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Royal Affair (Serie Herederos 3)
RomanceElla está llena de secretos; él quiere conocerlos todos. Ser la cotilla más detestada de Inglaterra no estaba en los planes de Wren Carmichael, como tampoco lo estaba reencontrarse con un recuerdo que se supone que había quedado atrás. Julian Remse...