Capítulo 18.

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Los eventos del día en que su madre intentó suicidarse en la misma casa frente a la que estaba parado, volvieron a Julian como un golpe con una vara de metal ardiendo

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Los eventos del día en que su madre intentó suicidarse en la misma casa frente a la que estaba parado, volvieron a Julian como un golpe con una vara de metal ardiendo.

Los gritos. Lo que más recordaba eran los gritos de la empleada que encontró a su madre en el suelo, intoxicada por los medicamentos que se había tragado de golpe. Y después recordó al mayordomo, al jardinero y a dos choferes sujetándolo para que no se acercara porque el personal pensaba que ya estaba muerta. Y también recordó a su padre encerrándolo en la habitación bajo llave y custodia de ocho sirvientes mientras una ambulancia se llevaba a su madre moribunda. La agonía duró varias horas hasta que, por fin, el conde llamó para informar que estaba fuera de peligro.

Julian necesitaba irse de esa casa. Ya no aguantaba más peleas, los llantos de su madre, sus gritos pidiendo ayuda cada vez que un ataque de pánico la atacaba... y el constante recuerdo de ese día. Ecclestoun fue su refugio, pero volver a casa ―o lo que se obligaba a llamar casa para mantener las apariencias― siempre le despertaba una opresión fría y agonizante en el pecho.

Esta vez no. La rabia lo intoxicaba. También el miedo, la frustración y el deseo latente de destrozarlo que lo abrazaba como un cáncer. Y su padre era el tumor.

Abrió la puerta de un manotazo y avanzó por el oscuro corredor. A su padre siempre le gustó mantener las habitaciones de negro, oro y plata.

―¿Dónde está mi padre? ―demandó a viva voz.

Julian se detuvo en el vestíbulo para aflojarse el nudo de la corbata. El aire no le estaba llegando limpio a los pulmones. La casa solo olía a su padre, ese rancio perfume de cítricos y madrera que ha usado toda la vida.

―¿Dónde está mi...? A la mierda.

No esperó a que uno de los empleados resolviera su demanda. Siguió el corredor de la derecha y avanzó en dirección a la oficina del conde, que era igual de oscura que el resto de la casa. Tal vez por eso Julian prefería los colores claros. Había crecido en el encierro de paredes negras y en un ambiente sombrío; había crecido en la oscuridad.

La rapidez de sus pasos disminuyó al acercarse a la puerta y escuchar una voz conocida.

―Que sea la última vez que te involucras en un asunto mío, Kenton, y esta vez lo digo en serio ―era Robert, el padre de Brianna. Decir que estaba furioso era quedarse corto―. Bastante daño le has hecho para que sigas causándole más problemas.

―Entonces dile a tu hija que deje de meterse en mis asuntos. No es más una díscola impertinente.

―¡No te atrevas a insultarla!

―¿O qué? ―Julian escuchó el chirrido de una silla deslizándose con fuerza por el suelo―. No juegues a ser un buen padre ahora, Arathorn. No te ocupaste de ella en veintitrés años. Es más hija de cualquiera que tuya.

Pero... ¿de qué demonios estaban hablando? No podía ser Brianna, ¿o sí? Conocía a Robert de toda la vida y sabía que jamás fue un padre ausente para Brianna. A menos...

Royal Affair (Serie Herederos 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora