Capítulo 11.

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Evidentemente, se había equivocado y con creces

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Evidentemente, se había equivocado y con creces.

Desde hacía tiempo que se había adaptado a su problema. Tener que ver el mundo entre sombras de grises no era lo peor que le había pasado. Habría podido ser capaz de reponerse mucho antes si hubiera contado con una familia, y esa era la carga más pesada. No tenía a nadie. Replanteándolo de otra manera: nadie en quien apoyarse. En días como ese, el entendimiento pesaba más que nunca.

Ni siquiera había querido mirar el calendario. Tal como decía el refrán: «no era lo mismo llamar al diablo que verlo venir». No era lo mismo saber que se acercaba la fecha de su cumpleaños a que finalmente llegara. Este, en particular, la hundió como no lo habían hecho los anteriores. Su cabeza seguía atormentándola con los errores que había cometido la semana pasada.

Le había confesado a Julian cuál era su verdadero nombre, había aceptado frente a él que era la hija ilegítima de un noble al que no conocía y, como si no fuera suficiente, le contó lo que había sucedido entre Brianna y ella. Para colmo de males, debía rematar las bofetadas diciéndole que había chantajeado a lord Kenton. En medio de todas esas verdades, además, permitió que la besara. Ese beso empaló su corazón y la orilló a la confesión más desalentadora: se había enamorado de Julian como solo una tonta podría hacerlo.

Se acurrucó en el largo sofá de la sala de su piso, apretó los puños contra la manta ―gris o negra, no estaba segura― y enfocó los cansados ojos en la vista que el balcón abierto le ofrecía. No alcanzaba a ver el Támesis desde su posición, o tal vez la forma encorvada de su cuerpo era lo que se lo impedía. Le dolía la espalda, pero no por la mala postura, sino por el abatimiento, la desolación y la tristeza que se arremolinaban dentro de su pecho.

No le servía de nada haberse enamorado de Julian. No había nada que buscar en ese terreno baldío que las circunstancias que los rodeaban, y ella solita con sus confesiones, habían arrasado. Cuatro días. Habían pasado cuatro días desde que fuera al club. Cuatro días en los que su cuerpo decidió que carecía de la energía suficiente para ponerse de pie y ser productiva. Cuatro días llevaba ignorando al mundo. Y, pese a la soledad, en su cabeza nunca hubo tanto ruido como ahora.

Estaba cansada de Royal Affair. Su fundación suponía una demostración de lo que era capaz de conseguir cuando se lo proponía, pero ahora era un estorbo. No quería atravesar sus puertas nunca más ni sentarse en el escritorio de una oficina presidencial que no era lo suficientemente grande para permitirle respirar. Si pudiera, quemaría el edificio hasta sus cimientos.

También cansada de los secretos. Amaba descifrar enigmas y descubrir mentiras disfrazadas de verdades. Desde que era pequeña, sentía una fuerte atracción por desempolvar los mensajes ocultos en una pintura o intentar comprender una letra desprolija. Pero no le gustaba guardar secretos. La estaban matando. La sofocaban. La habían convertido en su prisionera.

Royal Affair (Serie Herederos 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora