Capítulo 7.

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Madrugar debería ser considerado un crimen que se pagaba con ocho horas más de sueño

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Madrugar debería ser considerado un crimen que se pagaba con ocho horas más de sueño.

Wren abandonó su piso bastante antes de las seis de la mañana para comprar dos tomates y untarlos en el pan, un gusto adquirido durante su estadía en España. Se tardó más en encontrar un empleado que la ayudara a escoger los más frescos que en volver al piso y terminar de preparar su desayuno. Resignada a que su día comenzaría más temprano de lo habitual, agarró sus pertenencias y tomó la decisión de irse al trabajo.

Hoy retomaría el volante después del largo periodo dependiendo de que los guardias de su padre la transportaran por todo Londres. Ya había disfrutado suficiente de un lujo que rara vez podía darse, pero necesitaba volver a sentir que tenía el control. Conducir era una tarea cotidiana que le ayudaría a recuperarlo. La protección del fantasma de su padre no iba a durar para siempre. Se aseguraría de ser autosuficiente antes de que la fecha de vencimiento llegara. No era tan difícil. Llevaba bastante tiempo consagrada como una conductora hábil.

Wren racionalizó el obstáculo mientras esperaba a que el elevador la llevara al piso de la recepción. No se consideraba una persona cobarde, pero tampoco valiente, sino del promedio. Su comportamiento era el habitual de una sobreviviente de un secuestro que casi le costó la vida: evitaba la cercanía con desconocidos en la calle, se apartaba de miradas siniestras, apuraba el paso ante el acelerón de sus latidos y, en el fondo, no paraba de desear volver a casa, donde podía sentirse a salvo. Pero no estaba a favor de ocultarse. Sabía que eso no iba a resolver ninguno de sus problemas. La única manera de superar sus miedos era recuperar su autonomía.

Las puertas del elevador abrieron y se topó de frente con dos de los guardias se su padre.

―¿La llevamos a Royal Affair, señorita Carmichael?

Tentador, muy tentador.

―No. ―Extendió la mano abierta―. Puede devolverme las llaves, por favor. Conduciré de ahora en adelante.

Como buen hombre que solo seguía órdenes, hizo lo que le pidió. Un cosquilleo de emoción recorrió su brazo derecho al tiempo que se le formaba una sonrisa. Independientemente de cómo viera la situación, significaba una victoria, aunque esta fuera pequeña. Con esa sensación de triunfo, apretó las llaves y atravesó el vestíbulo como si acabara de escapar de un nido de víboras sin una mordida.

La gratificante sensación de haber ganado duró lo que le tomó darse cuenta de la moto estacionada a pocos metros de la entrada del edificio. En el instante en que su mirada se concentró en los detalles, como si por ojos tuviera un escáner, una abrumadora sensación nauseabunda se le instaló en el fondo del estómago. No era su moto, estaba segura ―a pesar de la intervención de la policía, ya había sido vendida y no habían podido dar con el comprador―, pero era exactamente el mismo modelo. Los frenos de disco, el guardafangos delantero, los neumáticos de cara blanca... Cada uno de sus detalles eran idénticos a los de su moto.

Royal Affair (Serie Herederos 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora