Capítulo 32.

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―¿No vas a decirme nada?

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―¿No vas a decirme nada?

―No. ―Wren miró su expresión inalterable, aunque sus ojos desorbitados evidenciaban su descontento―. ¿Satisfecho?

―Muy poco. ―Tim se incorporó con dificultad. Sus piernas perdieron firmeza por el largo rato que llevaba agachado―. Me pregunto dónde estará la inteligencia descomunal que supuestamente te caracteriza.

«En el silencio», concluyó Wren en su cabeza. Ese era el secreto de su éxito: saber por cuánto tiempo mantenerse callada y usar lo que descubría a su favor. Pero no había obtenido ningún descubrimiento extraordinario en el interrogatorio de la última hora, salvo que Tim buscaba con desesperación las evidencias que se suponía estaban bajo su poder de las cuales Wren no tenía ni la menor idea.

―Tal vez no estás entendiendo lo que te propongo. ―Tim le revisó las ataduras de sus manos; lo había hecho unas ocho veces en los últimos diez minutos, como si temiera que se pudiera soltar en cualquier momento―. Solo pido que me entregues todas las evidencias que tengas en mi contra.

―¿Qué te hace pensar que las tengo?

―He buscado en todas partes, excepto en el club de lord Iverson, donde supongo que las tienes. ―Le apretó el tobillo con fuerza y tiró de él, apartándola de la fría pared contra la que se recostaba―. Si no me las das...

―No puedo darte algo que no existe.

―Voy a asesinarte ―repuso, tajante―. Lo entiendes ahora, ¿o todavía?

Wren apretó los puños. La mano cálida alrededor de su tobillo le provocó un escalofrío y su estómago se comprimió por las náuseas.

―Incluso si me mataras, no vas a obtener lo que buscas. Julian no va a intercambiar evidencias inexistentes por un cadáver.

―¡Julian...! ―Finalmente, Tim liberó su tobillo y pinchó el puente de su nariz―. ¿Qué tanto sabe él de mis negocios?

―No sé de qué negocios hablas.

La furia iluminó los ojos del testaferro. Su mejor carta era la ignorancia, en especial ahora que ha traído a Julian al tema. No podía contarle que estaba enterado de sus manejos ilícitos o pondría en riesgo su vida. Wren prefería mil veces que fuera su cabeza la que recibiera una bala que la de Julian.

Wren cerró los ojos al sentir la visita de una punzada en la nuca. Tal vez fue la palabra «cabeza» que le hizo recordar el golpe que el testaferro le había propinado en esa zona con intenciones de noquearla y, al no poder, le asestó un puñetazo en la mandíbula. Si dolía, la mente de Wren decidió ignorarlo. La adrenalina... Debía ser el motor que la mantenía cuerda en aquella habitación de iluminación tenue, aunque bien amueblada.

La había traído a una cabaña pequeña y dejado su cuerpo inconsciente encima de un sofá de dos asientos. Al despertar e intentar ponerse de pie, Tim la hundió por los hombros y la obligó a apoyarse de la pared de la sala, con los hombros rosando una mesa de madera pequeña. Wren se obligó a mantener contacto visual constante con su secuestrador mientras sus ojos estudiaban la residencia de la manera más discreta posible.

Royal Affair (Serie Herederos 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora