Capítulo 1.

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El salón del club no era lo mismo sin una melena rubia que robara la atención de Julian Remsey, vizconde Iverson

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El salón del club no era lo mismo sin una melena rubia que robara la atención de Julian Remsey, vizconde Iverson.

El estruendo del martilleo acaparó la atención de Julian. Desvió la mirada hacia los obreros y detalló la manera rápida, aunque cuidadosa, en la que trasladaban los tablones y ladrillos para revestir las paredes. No era un ruido particularmente agradable porque no le permitía pensar, y había mucho que poner en orden en su cabeza.

Las reformas al club habían comenzado la semana pasada y no pretendían durar más de un mes, en especial porque había contratado al personal necesario para asegurarse de que así fuera. Como se trataba de un edificio que databa del siglo XIX, requería de unas cuantas reparaciones que no tuvo después del incendio en el 1922 ni en el 1924, cuando el dueño anterior lo adquirió para convertirlo en un hotel. Era un maravilloso edificio con gran valor histórico que nadie había sabido cuidar, y aún le costaba entender como es que tampoco cayó en manos del estado. Según lo que sabía, había sido un teatro que gozó de gran popularidad desde su inauguración en el 1850, pese a que los teatros de la época estaban perdiendo poco a poco su esplendor. El destino, seguramente, quiso que ahora le perteneciera. Estaba seguro de poder darle el cariño que le faltaba.

Se arremangó la camisa y bajó los últimos peldaños de la escalera imperial del vestíbulo por el que continuaban ingresando los empleados. Había ordenado que se dejaran las dos puertas abiertas para facilitar la entrada de los demás materiales: ladrillos, paneles de abeto común, tablones de Paulownia y otros más que no alcanzaba a nombrar. No importaba, para eso había contratado a una arquitecta. Mientras ella se ocupaba de convertir en realidad las aspiraciones con las que llevaba meses soñando, Julian podía dedicar el tiempo de la construcción a idear nuevas mejoras.

La nostalgia le causó picazón en la lengua. Le habría gustado decir que su determinación era un rasgo de su personalidad con el que había nacido, pero mentiría. Como hijo de un conde y una importante jueza, Julian estaba obligado a labrarse un futuro espectacular como político, hombre de ley y orden o cualquier otra mierda similar que le acreditara una herencia al nivel de sus progenitores. Poseer un club donde compartía la gastronomía exótica de los lugares que visitaba no podía considerarse honorable si se comparaba con ellos. Aunque no despreciaba la abogacía, tampoco le arrebataba el aliento. Le suponía una tarea desgarradora solucionar los problemas de los demás cuando apenas podía con los suyos.

Metió las manos en los bolsillos de su pantalón y dio un respingo al rozar el móvil con los dedos, aunque no comprendía la razón. No era la primera vez, y seguramente tampoco la última, que se encontraba con el aparato al esconder las manos dentro de la ropa. Lo extraño estaba en que no había sonado ni siquiera una vez en lo que iba de la mañana, y eso que el mediodía ―la hora de almuerzo de los trabajadores― se acercaba peligrosamente. Los materiales se quedarían en el vestíbulo, una imagen bastante fea en comparación a la habitual opulencia y ostentosidad a la que había acostumbrado mantener a los empleados. Se recordó que era cuestión de tiempo antes de que volviera a la normalidad, ¡y renovado! Pensar en el desorden, al menos por ahora, le permitía no pensar tanto en...

Royal Affair (Serie Herederos 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora