CAPITULO 33.

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¡Joder! lo que menos me esperaba, era tener al papá de Ian en mi casa de trescientos metros cuadrados. Supongo que le debe parecer una insignificancia en comparación a lo que está acostumbrado. Tenerlo pisado mi espacio privado no me agrada, el señor no se ha portado muy bien que digamos conmigo, así que me niego rotundamente a ser la primera en hablar.

Los miro a los dos, pero en especial a Ian. Trato de preguntarle con la mirada que hace Él aquí, pero ninguno de los dos dice nada. Desvío mi mirada hacia el señor Makena y le doy una mirada retadora.

-Ehh cariño, mi papá quiere hablar con nosotros, pero en especial contigo.

Joder no. No quería que me echara a perder mi cena, no entendía a que lo había traído a nuestra casa.

-No entiendo que hace aquí. -Digo con recelo. - ¿Acaso quiere seguir insultándome o hablar mal de mi bebe de nuevo? La ira me inunda al recordar todas las cosas feas que dijo de mi hijo.

Ian se pone rígido con mis palabras, supongo que no esperaba que reaccionara así, pero no puedo evitarlo, los recuerdos llenan mi mente. Sinceramente no sé qué esperaba, ¿que lo recibiera con los brazos abiertos después de que me tratara como cucaracha?

-Cariño, por favor hablemos. Se que se han dicho muchas cosas, pero podemos arreglarlas.

Lo escucho con incredulidad. No lo puedo creer, lo estaba defendiendo. Maldigo para mis adentros, joder, jodeeer. Muevo mi cabeza en señal de negación, dejo la sartén que tengo en las manos sobre la barra, es mejor que me aleje antes de que decida estampársela en la cabeza a Ian. Necesito tranquilizarme.

Rodeo y paso junto a ellos aprisa, me dirijo hacia las escaleras y subo a mi habitación. Entro al cuarto de baño y me miro en el espejo. Mierda, tengo la cara crispada con enojo y unos ojos de loca que para que te cuento. Comienzo a hacer respiraciones profundas, abro la llave del agua y me echo un poco en la cara.

Estar así de enojada, me hace recordar el apodo que me había puesto mi abuelo cuando era niña. Siempre decía que cuando me enojaba era igual a cuando se prendía un petardo, solo bastaban unos cuantos segundos para que explotara. Así que siempre me dijo "Mi petardo".

Estoy con la cabeza gacha y con las manos echas puño sobre el mármol cuando Ian abre la puerta. No lo miro, pero lo siento moverse a mi espalda. Desliza sus manos por mi cintura y me abraza por detrás.

-Cariño, sé que tienes todo el derecho a estar enojada, pero es mi padre y me gustaría mucho que pudiéramos llevarnos bien, como una familia que somos. Si dios nos permite tener más hijos, me gustaría que ellos puedan conocerlo y convivir con él.

Suelto un suspiro. Mi mente sabía que tenía razón, pero mi corazón decía otra cosa. Se negaba a dejarse humillar de nuevo, a que lo lastimaran.

-Cariño, todo lo que te pido es que lo escuches. -Se hace el silencio entre nosotros. -Por favor, hazlo por mí. -Dice suplicándome con sus ojos.

Mierda, cuando pedía las cosas así, no podía decirle que no. Y mirarlo a los ojos fue un error, ya que siempre me pierdo en ellos. Sus labios besan mi cuello y sin poder evitarlo mi cuerpo reacciona.

-Eso no es jugar limpio. -Digo mirándolo. -Sabes que no puedo negarte nada. Siento sus labios esbozar una sonrisa.

-Jamás dije que jugaría limpio en lo que a ti respecta, mi vida. Tengo que echar mano de todo lo que tengo para asegurar nuestra felicidad.

Dejo salir todo el aire que estaba reteniendo en mi pecho.

-Por favor, por favor, por favor- Implora de nuevo.

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