Capítulo 22.

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-Buenos días Albi, vamos, corre, corre, corre, que nos ha invitado tu suegra a comer y te tienes que duchar, pedazo de cerda.- La despertó desde la puerta, ya duchada y vestida.

-Joder, Nat.- Bufó, dándose la vuelta.- Buenos días para quien los tenga.

-Pero que te levantes, que hemos quedado.- Se acercó a ella, cogiéndola en brazos y andando hacia la ducha.

-¡Naaaaat!- Lloriqueó.- ¿No puedes despertarme algún día con besitos y mimos?

-Muy aburrido es eso, rubia.- La dejó en el suelo una vez entró en la ducha y abrió el grifo, justo antes de salir para no mojarse. Alba, que aún estaba medio dormida y no había conseguido reaccionar, chilló al notar el agua tan fría, escuchando las carcajadas de la morena de fondo.

Cuando salió de la ducha, con el ceño fruncido y ya vestida, se sentó en la mesa de la cocina. Natalia colocó los platos con sus respectivas tostadas y dos tazas de café. Se sentó también y, sin darse cuenta de la mirada fulminante de la rubia, comenzó a desayunar.

-¿De verdad que no me vas a pedir perdón?- La miró incrédula.

-Mh... ¿Debería?- Habló con la boca llena, mirándola con inocencia.

-Te odio, te lo juro.- Bufó, empezando a desayunar también pero sin dejar de mirarla mal.

-Ay, Albi, perdón.- Soltó una pequeña risilla.- Pero es que me hacía ilusión.

-Tienes tres años cuando quieres.- Sonrió por fin.

Decidieron pasar por un horno que había de camino a casa de la abuela de Natalia para comprar algo de postre. Se decantaron, después de comprar medio horno para el almuerzo, por unos profiteroles.

Al llegar a casa de la abuela de Natalia, les invadió una sensación de familiaridad a ambas. Natalia les había echado de menos y Alba, aunque casi no les conocía, se sentía una más gracias a la cercanía con la que le trataban. Se sentía una más y aquello le gustaba más de lo que debería, pues sabía que era algo a lo que no debía acostumbrarse.

-¿Y qué tal todo, Alba?- Preguntó la más mayor de todos los presentes.- Sigues aguantando a mi nieta.

-Todo muy bien.- Sonrió emocionada porque se acordara de ella.- Y sí, la sigo soportando... Se hace querer, en realidad.- Respondió con una sonrisa, dejando su mano sobre la pierna de su novia y mirándola con una sonrisa.

-Se acuerda de ti, Albi.- Hizo un puchero.- Me muero de amor.

-Como para no, si pasamos una tarde toda entera juntitas. Y me ha visto un montón de veces por aquí.

A la una, Natalia comenzó a preparar la comida, pues no quería que su madre o su padre tuvieran problemas en pensar algo que no llevase carne, pescado o lactosa, y ella ya se había acostumbrado a hacerle las cenas a Alba. Aquel rato, Santi y Elena lo aprovecharon para picarla, tanto con el tema de Alba, como con cómo preparaba la comida, además de ir robando los ingredientes que iba necesitando.

Mientras tanto, la rubia se quedó hablando con sus suegros, escuchando los gritos de los otros tres. Casi no era capaz de concentrarse en la conversación debido a las carcajadas de Natalia, que por mucho que se quejara de sus hermanos, se le notaba realmente feliz. Y se prometió a sí misma que intentaría hacerla reír siempre que pudiese.

Se levantó después de disculparse con los padres de aquellos tres terremotos, que se miraron cómplices a sabiendas de que aquella rubia no podía pasar mucho más tiempo lejos de su hija.

-¿Se puede?- Preguntó, elevando ligeramente la voz por los gritos que había en la cocina, los cuales cesaron en cuanto la escucharon en la puerta.

-Tu novia es una aburrida, Alba.- Elena fue la primera en dirigirse a ella.

La canción del verano.//AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora