Capítulo 24

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Esa mañana se levantaron sin mucho ánimo de nada. El día era caluroso y el sol había salido con fuerza. Pero dentro de aquel piso, sentían todo de color gris.

-Albi, deja de hacer eso.- Soltó una pequeña risa, pero sin ganas en realidad.

Mientras Natalia preparaba la maleta, Alba se dedicaba a ir sacando todo lo que veía dentro, por lo que, a lo tonto, llevaba casi una hora intentando terminarla.

-Es que no quiero que te vayas, Nat.- Se abrazó a ella, escondiéndose en su cuello.

-Ya lo sé, amor.- Dejó todo lo que tenía en la mano sobre la cama para poder abrazarla con fuerza.- Pero es lo que hay.

-¿Me prometes una cosa?

-A ver, dime.- Sonrió.

-Que nos vamos a ver aunque sea un finde al mes.- Hizo un puchero.- Puedo ir yo, que yo trabajo.- Se encogió de hombros.- Así no tienes que gastarte lo que has ido ahorrando este verano.

-También puedo venir yo algún finde, Albi.- Sonrió tierna.- Seguro que aprovechan y vienen conmigo para ver a mi abuela. Así que vendríamos en coche.

-Vale.- Asintió conforme.- ¿Me das un beso?- Susurró ya en busca de los labios de la morena, que sonrió como una boba ante el contacto.

-Alba...- Soltó una risilla, colocando sus manos sobre las de la aludida, que estaban ya por debajo de su camiseta.- Por mucho que me hagas perder el tiempo, esta tarde me voy, pequeña.

-¿Estás diciendo que verme desnuda y gimiéndote al oído es perder el tiempo, Natalia?- Susurró de forma provocativa sobre el oído de la morena, mordiendo con suavidad el lóbulo al terminar de decir su nombre.

-Alba...- Suspiró con fuerza, dejándose llevar por las ganas de la rubia.- Espera a que ponga el pestillo al menos, que no quiero que entren y nos pillen.

-Mh... ¿No te da morbo?- Sonrió inocente, empezando a dejar besos y mordiscos por el cuello de la más alta y colocando su mano izquierda sobre su boca para acallar los posibles gemidos que se le pudieran escapar. La derecha, por otra parte, se encargó de desabrocharle el pantalón.

Salieron de la habitación a la hora de comer, encontrándose a una Elena enfadada, con una camiseta con las mangas cortadas y Santi, corriendo delante de ella, carcajeándose.

-¡Que te juro que pensaba que era mía!- Se puso tras la mesa, intentando aguantar la risa.- Que la he confundido, de verdad.

-Madre mía.- Murmuró Alba desde la puerta. Natalia, a su lado, no pudo evitar reírse. Esos dos eran un caso.

-¡A ver! Que se van papá y mamá y madre mía la que armáis.- Se cruzó de brazos la mayor de los tres hermanos, alzando una ceja.- Santiago, a poner la mesa. Y hoy friegas tú, por capullo.

-¡Si hombre!- Se quejó el castaño.

-Te jodes.- Respondió Elena.

-Y tú.- La señaló Natalia con el dedo.- Esa camiseta, para empezar, es mía.- Extendió el brazo para que le diera la camiseta.- Deja de robarme la ropa cuando no estoy en casa.

-¡Pero si hacía mucho que no te la ponías!

-Elena.- Suspiró, cerrando los ojos.- Si me la pides, te la dejo. Pero acostúmbrate a preguntar.

-Vaaale.- Bufó.- Voy a por la abuela y comemos, ¿no?

La comida fue bastante entretenida. Santi y Elena se habían aliado de nuevo para poder picar a su hermana, quien estaba más pendiente de la conversación que mantenía su novia con su abuela. Recogieron todo antes de acostar a la dueña de la casa, pues Alba y Natalia iban a pasar la tarde fuera, pero la morena prefería dejarla acostada por si acaso. Se fiaba de sus hermanos en ese aspecto, pero en caso de que, por ejemplo se cayese, el susto se lo llevarían igual, y prefería evitar esa situación.

La canción del verano.//AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora