Capítulo 19

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-¡Va, Nat, venga!- Gritó Alba en cuanto bajaron del bus, cogida de la mano de Natalia y tirando de ella para que caminara más rápido.

-Alba, mi amor, que los animalicos no se mueven de donde están, ¿eh?- Se rió al verla igual de emocionada que una niña de cuatro años.

-Me da igual, venga.- Frunció el ceño.- Con las patas tan largas que tienes y lo lenta que vas a veces.

-¡Oye!- Volvió a reírse.- Alba por Dios.- Tiró de ella para que frenara, ganándose un par de quejas por parte de su novia.- Que está el semáforo en rojo, loca.

-Uy.- La miró con cara de no haber roto un plato en su vida.- Pero cuando se ponga en verde vamos más rápido, ¿a que sí?

-Eres imposible.- Rodó los ojos.

Efectivamente, a Natalia le tocó acelerar el paso una vez la lucecita cambió a verde. Por desgracia para la rubia, tuvieron que esperar un total de treinta minutos antes de poder entrar.

Una vez dentro, la morena no sabía ni dónde meterse, pues Alba estaba llamando más la atención que los niños que había en el Oceanogràfic.

La primera parada que hicieron fue delante de los leones marinos, donde Alba se sentó en el suelo y se puso a hablar con ellos como si le fuesen a contestar. Natalia, una vez más, no sabía ni dónde meterse.

-Albi, por favor, levanta de ahí, qué vergüenza.- Tiró un poco de ella para que se levantara.

-Ay, Nat.- La miró desde su altura y tiró de ella para que se sentara con ella, lo cual consiguió porque la otra no se lo esperaba.- Venir conmigo aquí es esto, así que ahora te aguantas.

-Te odio.- Musitó, mirando alrededor por unos segundos.

La siguientes paradas estuvieron protagonizadas por los pájaros, a los cuales Alba no quiso acercarse demasiado porque le daban miedo. Natalia, por otra parte, vio la forma perfecta de devolvérsela y le hizo entrar a la pajarera con todos aquellos animales voladores, según la rubia, terroríficos.

-Es que tienen pico.- Apuntó, como si fuera súper obvio que solo con aquel dato, Natalia debía entrar en razón.

-Bueno, y los tiburones tienen no sé cuántos dientes y a ti te da igual

-Pero los vemos con un cristal de por medio.- Explicó como si fuera evidente.- Y tienen treinta filas de dientes, quince por cada mandíbula.

-¿En serio?- Se sorprendió de que se supiera aquel dato.

-Sí.- Asintió.- Es que he venido tantas veces que ya me sé casi todas las curiosidades de todos los animalicos.- Comentó ilusionada.

Al acercarse la hora de comer, decidieron ir a los recintos que más concurridos solían estar para evitar aglomeraciones. La primera de las tres paradas fueron los túneles de los tiburones, en los que Natalia se quedó algo alejada del cristal porque a pesar de que sabía que no le podía pasar nada, le daba demasiada impresión verlos desde tan cerca.

De ahí se fueron a las belugas, en las que, para sorpresa de la rubia, fue la de Pamplona la que mejor se lo pasó, alegando que eran demasiado adorables y se merecían todo el caso del mundo.

-¿Pero has visto que me ha sonreído?- Le preguntó por enésima vez a Alba cuando iban de camino a los pingüinos.

-Nat, tienen esa cara, no te ha sonreído.- La miró con ternura.

-Oye, si tú dices que el león marino te ha contestado, a mí la beluga me ha sonreído.- Se cruzó de brazos, adelantándose con un par de zancadas y quedándose quieta cuando, en una bifurcación del camino, no sabía por dónde debía ir.

La canción del verano.//AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora