18. El maestro para la abejita

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18. El maestro para la abejita

«¿Cómo logra la lluvia algo que un ser humano no puede?», se preguntó Hayden mientras veía como la lluvia golpeaba el cristal de la gran claraboya en la habitación de Axel.

Llevaba mucho tiempo allí, tirada en esa gigantesca cama, mirando la lluvia caer y ser protagonista del mejor espectáculo natural más hermoso del mundo.

La pregunta que formuló hace rato, a la cual no podía dejar de darle vueltas en su cabeza, se debía a que la tranquilidad, quietud y paz que sentía al verla y oírla caer, era inexplicable; era en los únicos momentos de su vida que no pensaba, en el que los problemas no existían, que solo era ella y nada estaba mal. Este estado de paz solo lo conseguía con la lluvia (y con otras cosas como el atardecer y las estrellas) y con la persona que había conseguido que Hayden se sintiera de tal manera sin ver o escuchar la lluvía; ni siquiera su familia, nadie… hasta que lo conoció a él, a ese chico de ojos celestes.

Axel.

Seguía preguntándose que tenía Axel que podía sedarla de esa forma tan potente que no quisiera separarse de él. ¿Era tan fuerte ese lazo reina/esclavo que tenían como para hacer que se sintiera así? La verdad le asustaba la respuesta.

Justo en ese momento, se preguntó dónde estaba, tenía rato que no lo veía y le parecía extraño que no hubiese ido a acostarse con ella. Hayden tuvo que admitir para sus adentros que quería estar con él en ese momento, así, callados, mirando la lluvia… juntos, era todo lo que quería.

Perezosamente se puso de pie, no se molestó en colocarse calzado, podía llegar a ser muy indolente, pero eso no iba a impedir que buscará al chico de ojos celestes. Salió de la habitación y recorrió la primera planta, no estaba por allí. «¿Dónde rayos te has metido?, ¿se lo tragó la tierra o qué?», formuló varias preguntas.

—¿Axel?

Nada, no hubo respuesta. Bueno, puede que esa casa era muy grande y que Hayden no hablara muy alto, era vaga incluso para levantar la voz.

Ay, debía arreglar eso con urgencia, no podía seguir siendo así de floja.

Hayden decidió buscarlo en el segundo piso, el problema era que no sabía dónde empezar. Era como un laberinto esa casa, muchas puertas y pasillos por todas partes, incluso había una segunda sala de estar. Abrió un par de puertas pero no lo halló a él, solo a un señor de limpieza en una de las habitaciones, ella consideraba que se necesitaba más que una persona para limpiar semejante mansión, y que el aspecto de ese hombre era preocupante. Ojeras, cadena en el cuello y unida a las muñecas, palidez en extremo y su cuerpo parecía que se rompería en cualquier momento por lo flacuchento que estaba.

Si, mejor era no preguntar al respecto.

A todas estas, a Hayden le llamó la atención una puerta de entre todas, esa en específico era una puerta de granero desplegables, de madera oscura y con un diseño básico y elegante, muy al estilo Axel. Ella colocó una mano en esta para abrirla pero…—. Fisgonear en casas ajenas es de mala educación.

La pelinegra se sobresaltó al escuchar una voz justo detrás de ella, detrás de su oreja. Se asustó, claro que lo hizo, pero eso no le impidió reaccionar en modo defensa y meterle un codazo a quien quiera o lo que fuera que la hubiera asustado.

—¡Mierda! —Una vez Hayden hubo encarado al ser insufrible que había atormentado su calma, quiso caerle a patadas al ver a uno de los hermanos de Axel—. Joder, hace tanto tiempo que nadie lograba ponerme una mano encima —dijo acariciándose el estómago y con una mueca de dolor—. Para estar tan desnutrida tienes mucha fuerza, abejita —y solo por el apodo supo que era Owen.

Reina y esclavos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora