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L U C A S

Yesterday, The Beatles


—¡Carter, la pelota!

Levanto la cabeza y no se como consigo atrapar la pelota antes de que me golpee de lleno en la cara. La sujeto con fuerza y antes de hacer cualquier otro movimiento, busco con la mirada en busca del dueño de los gritos pero antes de que pueda darme cuenta alguno, o más bien alguien impacta justo a mis espaldas y caigo directo al suelo.

—Tío ¿Estás sordo? Llevo todo el rato gritándote, pero no me haces caso.

Levanto la cabeza y me encuentro con varios compañeros del equipo a mi alrededor. A juzgar por sus expresiones estoy seguro de que están esperando alguna explicación, pero no sé que decirles.  Dejo la pelota a un lado y tras pasarme las manos por el pelo algo frustrado, me levanto intentando disimular lo mejor posible una mueca de dolor.

—Lo siento, no te había oído—me disculpo.

—Pues como no entrenes ese oído tuyo y estés más atento, harás que se lo pongamos fácil al otro equipo para que nos machaquen—niega con la cabeza y me da una palmada en la espalda haciendo que dé un paso más hacia delante.

Miro a Ben y este no puede evitar soltar una carcajada al ver mi gesto. Llevo ya una semana entrenando con el equipo de la universidad, y aunque haya pasado el mayor tiempo de mi vida jugando al baloncesto y yendo de entrenamiento a entrenamiento, la verdad es que después de una hora de intenso ejercicio uno empieza a cansarse.

Pensé que al llegar como nueva incorporación de la temporada todo sería un completo desastre, pero la realidad ha sido que los chicos me lo pusieron bastante fácil desde el primer día, pues todos se mostraron muy agradables conmigo y en nada empezamos a llevarnos bien. Supongo que en gran parte será debido a que, si vamos a jugar en equipo y vamos a pasar, al menos, una hora a la semana juntos, lo mínimo sería poder llevarnos bien. Y la verdad es que por el momento estoy bastante satisfecho conmigo mismo. O al menos, dentro del equipo.

La realidad es que, desde que he puesto un pie en esta ciudad me he sentido bastante perdido, pero como no es la primera vez que me veo sometido a un cambio de ciudad, solo espero pacientemente ir conociendo un poco más este lugar, el campus, y poder hacer amigos en clase. Lo único que me consuela es que Ben y el resto del equipo se han mostrado bastante receptivos conmigo, así que las horas de entrenamiento me sirven para despejarme.

Cuando vengo por las tardes todos los días, es como sentirse como pájaro en el agua, totalmente libre, seguro y cómodo. Pero en el momento en el que el silbato del entrenador resuena por toda la cancha indicando que la hora ha llegado a su fin y salgo por la puerta trasera, es como un golpe de realidad.

Que esta no es mi casa, o al menos, no la siento así. Que ya he pasado por esto cuando me mudé de nuevo a Australia, pero que la experiencia se repita siendo cinco años mayor la hace totalmente diferente.

—¡Está bien chicos, nos vemos mañana! —como hace todos los días, el entrenador hace sonar el silbato y nosotros detenemos el juego— Quien llegue tarde le toca dar tres vueltas completas a las gradas ¿me habéis entendido?

Todos asentimos con la cabeza y empezamos a recoger el material que hemos usado. Cuando termino de recoger la parte que me toca, recojo mi bolsa del banquillo y me meto directo en los vestuarios para darme una buena ducha y cambiarme la ropa. Me pongo la sudadera para cubrirme del frío que empieza a hacer cuando se acercan las últimas horas de la tarde y justo cuando empujo la puerta para salir a la calle, me encuentro con Daniel, Ben y Alex hablando y riendo.

Fine LineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora