15

28 6 0
                                    




A P R I L


The Scientist, Coldplay.


Lucas mete la llave en la cerradura de la puerta de su casa y se aparta hacia un lado para dejarme pasar.  Cuando entro, lo primero que veo es un mueble blanco con un par de fotografías, otro par de llaves y un espejo. Me quedo con la mirada clavada en las fotografías del mueble, más bien, en una en concreto. Es de él. Bueno, más bien es una versión más diminuta, de primer curso del instituto. Tiene el pelo rubio revuelto, el uniforme de baloncesto del equipo del instituto y con una mano sujeta el balón. Algo se remueve en mi interior al acordarme del día en el que me sacó a rastras del alféizar de la ventana de mi habitación para decirme que le habían admitido en el equipo.

Luego mi mirada recae justo en la que está al lado. Esta vez es una fotografía de los hermanos y parece mucho más reciente. Ambos están sentados en un jardín y ambos sujetan un botellín de cerveza; Sam tiene las gafas de sol puestas y mira a Lucas con una sonrisa. Este último tiene la mano libre apoyada sobre su pecho y tiene la cabeza ligeramente inclinada hacia atrás y parece estar estallando a carcajadas, como si su hermano le hubiese dicho la cosa más graciosa del planeta.

Escucho cómo la puerta se cierra justo detrás de mí. Levanto la vista, que recae justo sobre el espejo, y vislumbro la figura de Lucas justo detrás de mí, observándome, como si quisiera saber qué está pasando dentro de mi cabeza. Hubo un momento en nuestras vidas en el que solíamos conocernos tan bien que con tan solo una mirada sabíamos en qué estaba pensando el otro. Ahora no estoy muy segura.

—Bueno... Bienvenida a mi pequeña guarida—alarga ambos brazos y señala la estancia en la que nos encontramos— No es un palacio, pero se vive de lujo.

Con una sonrisa, da un par de pasos por delante de mí y me hace un gesto para que le siga. Gira por el pequeño pasillo a la derecha y entro en el salón. Este no es muy grande, pero supongo que es perfecto para ambos hermanos. Tiene un par de sofás, una mesita de cristal en el centro, justo a la televisión, y dos mandos de una consola sobre esta. Detrás de los sofás hay una larga mesa con cuatro sillas. Hay un par de estanterías, pero estas apenas tienen decoración.

—No está nada mal— digo mientras paseo la mirada por la estancia.

—Bien, me alegra oír eso. Jamás habría permitido vivir en un lugar que no te gustase. Ahora podré conciliar el sueño tranquilamente.

Sonrío ante su tono sarcástico para fingir que no he sentido un arañazo de emociones al recordar todas aquellas veces en las que fantaseamos en cómo sería vivir en nuestra propia casa, libres de padres y de responsabilidades y que, si uno no le daba el visto bueno a la casa del otro, entonces no había nada que hacer.

—Ponte cómoda, estás en tu casa y todo eso que se suele decir para ser educado. Voy a dejar la bolsa en la habitación y ahora vuelvo.

Asiento con la cabeza y cuando veo que desaparece por el pasillo suelto todo el aire de golpe.

Me quito la chaqueta y la dejo sobre una de las sillas algo inquieta. Empiezo a tener calor y eso que bajo solo llevo un jersey marrón. Estoy nerviosa, o eso creo.

Joder. Mierda. Vale... ¿no es raro? ¿no, verdad? Solo me ha invitado a su casa a cenar porque hace una eternidad que no nos vemos, no hablamos... y ninguno de los dos ha cenado. Pero es que el camino de diez minutos en coche en completo silencio ha sido eterno y ahora... No dejo de pensar, de darle vueltas al hecho de que después de cinco años, así de la nada, Lucas vuelve a aparecer y...

—¿Eres vegetariana?

Su voz me saca de mis pensamientos. Está justo en el marco de la puerta y tiene el ceño fruncido. Se ha dejado el pantalón largo de deporte, pero se ha quitado la sudadera que llevaba y ahora lleva una camiseta de manga corta.

Fine LineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora