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A P R I L

Another Life, NO.

El silencio y el característico olor a vainilla me recibe cuando entro en casa arrastrando la maleta. Dejo las llaves en el diminuto cesto que tenemos en el mueble de la entrada, arrastro la maleta hasta el salón y echo un pequeño vistazo a toda la casa desde aquí. Las cajas con toda la decoración navideña están esparcidas por todo el salón y sonrío al ver cómo, otro año más, ha decidido esperar a que yo esté en casa para colgarla juntos. Miro el reloj que hay sobre la repisa de la chimenea. Todavía quedan un par de horas para que Robert salga del trabajo, así que subo mis cosas a mi habitación y me dedico a deshacer la maleta lo más rápido que puedo y organizar un poco la habitación. Esta semana ha sido un completo caos con los últimos exámenes antes de las vacaciones de navidad y, aunque he estudiado día y noche para sacar buenas notas, mi mente ha estado volando en mil sitios totalmente distintos. Es por eso que trato de ser lo más rápida posible para que pueda darme tiempo antes de que Robert llegue. Dejo la maleta ya vacía bajo mi cama, me cambio la ropa por algo más cómodo y me dirijo hacia el garaje para coger la bicicleta.

Pedaleo mientras recorro un par de calles que me llevan a las afueras de Lakewood. El frío del invierno me abraza y me congela el rostro mientras pedaleo por ese pequeño camino terroso que tantas otras veces he recorrido. El corazón me martillea y se me encoge en un puño cuando me quedo de pie, junto a la puerta y con la bici en la mano. Inspiro y expiro un par de veces antes de entrar mientras me quedo mirando al horizonte un par de segundos porque, aunque pasen los años, siempre duele venir aquí. Me agarro con un poco más de fuerza al manillar de la bicicleta y camino tratando de no mirar al suelo. Tercera fila, sección norte. Dejo la bicicleta apoyada en el tronco del pequeño árbol que hay un poco más hacia la izquierda y después, a paso lento, camino firme hacia él.

—Hola, papá.

Una ráfaga de viento me acaricia las mejillas. Cierro los ojos y me permito sentirle durante unos segundos. Puedo sentir las yemas de sus dedos acariciándome el pelo, el eco de su risa y, si hago mucha fuerza, a veces creo que incluso soy capaz de recordar su aroma. Sonrío fugazmente, porque, del mismo modo en el que lo he sentido, también se desvanece. Es injusto y cruel el modo en el que esa sensación sólo perdura un instante, pero intento aferrarme a ella siempre que puedo. Vuelvo a abrir los ojos y, cuando bajo la mirada, la pieza de mármol con su nombre es el único rastro que queda de él.

Arthur William Anderson

26.09.1970

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05.04. 2015

Con la mirada clavada en la lápida con el nombre de mi padre, me siento en el césped. A mi alrededor no hay nadie, solo estamos el susurro de las hojas de los árboles contra el viento y yo. Paseo mis dedos sobre el nombre y sacudo los leves restos de tierra que hay sobre la piedra.

—Lo sé, no debería estar aquí hasta mañana. No se lo digas a Robert, pero necesitaba venir sola. — Cómo es obvio, no hay respuesta. Recuerdo la primera vez que vine y me senté aquí sola, llorando, porque no podía más. Mi psicóloga me dijo que, aunque nuestros seres queridos no estén con nosotros, no significa que no podamos hablar con ellos. Al principio, detesté la idea de hablar sola. Me parecía triste y ridícula y aquello me enfureció. Luego, aprendí que era lo único que me quedaba.  — Quiero pedirte perdón, esta vez no he traído flores, pero te prometo que mañana te pondremos las mejores, Robert siempre se encarga de elegirlas para tí, tiene mucho mejor gusto que yo.

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⏰ Última actualización: Sep 29 ⏰

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