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Nadie me ha preguntado, Belén Aguilera

A P R I L

—Aquí tiene su pedido, que disfrute de su aperitivo.

Dejo la bandeja de nachos grandes para compartir que ha pedido una pareja en una de las mesas y me doy la vuelta para seguir con mi trabajo.

—Disculpe.

La voz de uno de los chicos suena a mis espaldas.

—¿Sí?

—Verás, esto... Muchas gracias, pero este no es nuestro pedido.

—¿Perdón? —pregunto algo confundida.

—Sí, lo siento mucho, pero nosotros no hemos pedido nachos—añade el otro chico—habíamos pedido un batido de fresa extragrande para compartir.

Me quedo mirándolos durante unos segundos sin decir nada.

—¿Estáis seguros?

Ambos se miran, uno de ellos con el ceño fruncido.

—Por supuesto, es nuestro pedido.

—Déjenme un momento que lo compruebe—Saco la libreta de mi delantal lo más rápido que puedo para comprobar que he anotado bien el pedido. Tengo que pestañear varias veces pare enfocar bien la vista del cansancio. Quedan todavía tres horas para cerrar el local y digamos que, esta semana no está siendo precisamente tranquila. — Mesa trece, una bandeja de nachos y las tres salsas especiales, ¿no? —leo en voz alta mi letra.

—Sí, somos la mesa treces... pero no hemos pedido eso.

—Oh, verán yo...

—Hola, perdonad—una mujer se acerca a mí y me dirige una tímida sonrisa—pero en realidad los nachos son para mí y mis hijos—Miro por encima de su hombro, donde ella señala una mesa a sus espaldas y veo a dos niños idénticos asomándose por el respaldo de uno de los sofás. Y entonces me acuerdo de ellos y de cómo uno de ellos había insistido a su madre si podían pedir no una, sino tres salsas especiales con la excusa de que era su cumpleaños. Vuelvo a mirar rápidamente la libreta y me doy cuenta de que he confundido las mesas con sus respectivos pedidos. —Mesa tres: un batido de fresa extragrande para compartir—leo en voz baja. — Lo-lo siento muchísimo—recojo la bandeja de nachos de la mesa errónea y se la lleva la mujer tras repetirme varias veces que no me preocupe. —Disculpad las molestias—les repito a la pareja—En unos segundos tendrán su pedido.

Ninguno de los dos dice nada y yo me doy la vuelta y me dirijo hacia la ventana de la cocina para preguntar por el batido. Cuando lo sirvo y, tras asegurarme de que no queda ninguna mesa desatendida, me acerco a la barra. Apoyo mis codos sobre el mármol y dejo caer todo mi peso enterrando mi cara entre mis manos.

—¿Se puede saber que te pasa?

La voz de Ethan suena justo a mi lado. Tardo un rato en recuperar la postura y contestar. Cuando levanto la cabeza su expresión cambia completamente e incluso parece aterrorizado.

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