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Don't You (Forget About Me), Simple Minds.

A P R I L

Ya no huele a canela. Tampoco tiene esa luz dorada que hacía que esto pareciese un hogar. Los sofás siguen estando en el mismo sitio de siempre y  frente a la misma mesa de siempre, pero esta vez, dónde solía haber un jarrón con flores distintas cada semana, no hay nada. Está vacía.

Doy un par de pasos mientras recorro con la mirada la estancia y trato de calmar mis pulsaciones ante todos los recuerdos que empiezan a avivarse en mi mente. Giro sobre mis talones para observar la pared y me doy cuenta de que las viejas fotografías familiares ya no cuelgan de allí. Cuento las sillas que rodean la mesa dónde tantas veces comimos en familia. Siguen habiendo seis. Muevo la cabeza un poco para ver a través del marco de la puerta que da a la cocina y, cómo era de esperar, los electrodomésticos son totalmente distintos. Aún así, aunque hayan cambiado algunas cosas, nos veo a nosotros. Las escenas empiezan a aparecer en mi mente. Un recuerdo que cobra vida. Veo a Margaret y Jack saliendo de la cocina cargando con bandejas de rollitos de canela que solían cocinar juntos cada vez que había visita. Veo a unas versiones mucho más pequeñas de Sam y Lucas correteando por el salón y lanzándose cojines.

Puedo oír sus risas. También veo la mesa con los platos vacíos y vasos medio llenos. Veo a Robert, Sarah y Cristopher riendo acerca de algo y bebiendo las últimas gotas de champagne. Y luego está el recuerdo que más me desgarra  el corazón. Miro la gran cristalera que da al exterior donde se pueden ver los árboles y un camino de tierra que llega hasta el lago y, ahí, en una esquina, nos veo a papá y a mí. Él me sujeta en sus brazos mientras me susurra algo en la oreja, señala algo de fuera, y yo rompo a carcajadas. Es cómo si todavía pudiera sentirlo; el calor de su cuerpo al tenerme sobre sus brazos, mis risas y las suyas, su voz... Cómo le echo de menos.

Pero lo más doloroso no es ese recuerdo, sino el que llega a continuación. El de aquel día. Mi discusión con Lucas bajo los árboles, yo volviendo a entrar cogida del brazo de Sam unos minutos más tarde y después, la noticia que puso mi vida patas arriba.

—Estás... ¿Estás bien?

Me muevo rápidamente y me paso la yema de los dedos bajo los ojos para limpiar cualquier rastro de lágrimas. Lo último que quiero es que me vea llorando.

— Está algo cambiada. — Digo, todavía de espaldas.

—Ya — Se detiene un momento antes de seguir hablando. — Está un poco más vacía y no tiene la vida que solía tener, pero la siguen cuidando.

—No importa— me encojo de hombros —  Sigue siendo justo como la recordaba.

— Entonces te encantará ver lo que he traído.

Me vuelvo rápidamente para mirarle.

–¿Qué...? — Dejo la pregunta en el aire cuando me doy cuenta de que está señalando el sofá. Me acerco hasta dónde está señalando y cuando mis ojos divisan la caja de cartón que descansa sobre el sofá suelto un grito ahogado y me apresuro a dar la vuelta para poder abrirla. El cartón de la caja ahora es mucho más viejo pero reconocería los garabatos de la caja hasta con los ojos cerrados. El pecho empieza a martillearme con fuerza de la ilusión cuando le quito la tapa y diviso lo que contiene el interior.

—No me lo puedo creer

Con tanta ilusión que no me cabe en el pecho, estiro los brazos para sacar de la caja el viejo proyector. Lo sostengo con ambas manos y lo estudio como si fuese un tesoro. No dejo de sonreír porque tenerlo entre mis manos es recordar todas las veces que nos escondíamos en el sótano, lo encendíamos y nos pasábamos horas jugando a hacer siluetas con las sombras de nuestras manos.

Fine LineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora