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Must be love, Niall Horan.

A P R I L

Cierro la puerta y me acerco hasta mi escritorio para encender el flexo. Dejo el abrigo sobre la silla, me quito los zapatos y me siento en la cama todavía con el corazón acelerado. Me llevo las manos a la cabeza y me dejo caer de espaldas sobre la cama, todavía siendo capaz de sentir el olor del perfume de Lucas sobre mi piel. Cierro los ojos. Sigo siendo capaz de sentir sus labios sobre los míos, sus manos acariciando mi torso, mis manos recorriendo su espalda y las cosquillas de su nariz sobre mi cuello. Mi pulso se vuelve errático ante el recuerdo y maldigo en silencio.

¿Qué hemos hecho?

L U C A S

Los vítores de la grada se vuelven extremadamente fuertes cuando Axel consigue atrapar el rebote de la pelota y encesta, dejando así el marcador empate entre los dos equipos. Suspiro, algo aliviado, y celebro el punto con el resto del equipo. El árbitro indica el fin del tercer tiempo y todos nos reunimos en el lateral derecho junto con el entrenador, quien nos espera con la pizarra en mano. Atendemos a las indicaciones que nos proporciona para los últimos diez minutos de partido. El ambiente está cargado de tensión y nerviosismo porque, durante todo el partido, el marcador no ha dejado de estar reñido y solo nos queda un último tiempo para poder ganar. Una vez que todos tenemos claras nuestra posiciones y jugadas, hacemos el grito en equipo y yo me acerco al banquillo para poder limpiarme el sudor y beber un poco de agua.
Cierro la bolsa y alzo la cabeza para buscar a mi hermano entre las gradas. Mi corazón deja de latir cuando, entre la multitud, esos ojos dorados y esa mirada cautivadora que tanto conozco está puesta en mí. April está aquí. Ni siquiera se cuando ha aparecido, pero está ahí, de pie entre las gradas. Mirándome.

Mi corazón vuelve a ponerse en marcha a toda velocidad en tan solo un segundo al recordar la última vez que nos vimos. Un leve cosquilleo recorre las yemas de mis dedos ante el recuerdo del tacto de su piel, del sabor de sus labios sobre los míos. Ni siquiera sé en qué momento decidí hacer aquello. Creo que fue algo automático, sin meditar, y que desencadenó en una tarde que ahora no puedo borrar de mi cabeza. Nos sostenemos la mirada durante un breve segundo y me parece ver un atisbo de sonrisa asomando en sus labios, pero vuelvo a la realidad cuando el silbato del propio entrenador suena por toda la cancha indicando que es hora de volver al juego.

Me coloco en posición y espero a que empiece el último cuarto. Repetimos las jugadas que hemos repasado una y otra vez con el entrenador, trato de ayudar a Ben con el balón y, aunque consigo anotar un par de puntos, el equipo contrario termina ganando. Me agacho y apoyo mis brazos sobre las rodillas, dejando caer todo mi peso mientras dejo que mi respiración vuelva poco a poco a la normalidad y luego me reúno con los chicos para saludar al equipo contrario. Esta vez el entrenador no nos grita ni nos da un sermón porque sabe que hemos jugado bien, así que se limita a darnos ánimos y felicitarnos por nuestras jugadas.

Me doy media vuelta antes de entrar en el vestuario y busco entre la multitud, pero solo veo una masa de gente despejando las gradas y ella no parece estar, así que entro en el vestuario para darme una ducha rápida. El silencio entre el equipo es palpable ya que, aunque sabemos que lo hemos hecho lo mejor posible, esperábamos la victoria. Salgo de la ducha, me cambio en tiempo récord y salgo para reunirme con mi hermano, quién está apoyado en la pared, de brazos cruzados... y solo.

— Hey, ha sido un buen partido. Una lástima, ha estado bastante reñido. — dice, en cuanto me ve acercándome hacia él y me da una palmada en la espalda. También me dedica una sonrisa para darme ánimos.

Fine LineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora