VII. Silencio

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La manada se reunió para darnos su apoyo por nuestra pérdida.

Nadie se los dijo, pero lo supieron. Lo supieron porque en el momento en que el Alfa rugió con el corazón destrozado, una oleada de tristeza y dolor nos cubrió a todos y los hizo aullar sin importar lo que estuvieran haciendo.

Todos hablaban diciendo cuánto lo sentían, que estarían con nosotros, que nos apoyaban. Mis amigos me abrazaron y Claus también estuvo ahí, se le veía tan raro con ese manto de tristeza sobre él. Se acercó a nosotros para decirnos que estaría para lo que necesitáramos, que no me preocupara por el entrenamiento y que solo me preocupara en sanar junto a mi familia. Luego fue con Arja, no como su segundo ni porque era su deber estar presente, fue con él como su mejor amigo y porque eso hacen los amigos reales. Están ahí cuando más lo necesitas.

Las gemelas no se separaron de su padre en ningún momento. Permanecieron los tres junto al féretro de mamá, recibiendo y agradeciendo el apoyo de cada miembro de la manada.

Por mi parte, no pude entrar a la casa. Llegaba al umbral de la puerta y volvía a la barandilla del porche para quizás volver a intentarlo una hora después. La gente pasaba junto a mí y solo los saludaba con una sonrisa fingida y un movimiento de cabeza obligado. Luego devolvía la mirada hacia la nada.

Me sentía ajeno a esa familia que había perdido a la madre lobo, a la luz de la casa.

Mis amigos se acercaron luego de entrar para saludar a su alfa. Los tres amigos que había conocido cuando comencé a ir a la escuela y que se reían de mí porque siempre parecía querer meter la cabeza en un agujero y quedarme ahí para siempre o al menos hasta que se fueran a sus casas, pero nunca se fueron y preferían ir a dejarme a casa antes de irse a las suyas con la excusa de que no querían verme algún día como si fuera un avestruz, porque entonces tendrían que hacer lo mismo y no querían hacerlo porque los demás se burlarían de ellos y decían ser demasiado geniales como para echarlo a perder. Amaba a esos idiotas.

Y ahora estaban junto a mí. Tommen a mi derecha con una mano sobre mi hombro. Niko a mi izquierda con su mano sobre mi cabeza jugando con mi cabello. Y Leo apoyando su espalda sobre la mía mientras descansaba su cabeza entre mis hombros.

Nadie decía nada, todo era silencio y me sentía un poco mejor. Agradecía el que no empezaran a decir "lo sentimos mucho", ni "somos tus amigos y estaremos aquí para ti", ni "puedes llorar todo lo que quieras, estamos aquí". Solo estaban ahí tocando una parte de mí para que sintiera su presencia.

Alcé la mirada al cielo solo para descubrir lo obvio. Aun estaba lloviendo, pero con menor intensidad.

Separé las manos de la barandilla y caminé en silencio hasta la entrada. Los chicos solo se apartaron un poco y me miraron.

Otro intento. Otro fracaso.

Suspiré cansado, frustrado, enojado por no poder hacer algo tan simple como el entrar a la casa. Arja me vio desde el fondo y se formó un nudo en mi garganta cuando lo vi a los ojos.

Negué lentamente, disculpándome sin decir nada y él lo aceptó, asintió en silencio y me mostró una sonrisa triste y me odié por no estar junto a mi familia. Me odié tanto por ser un cobarde en ese momento.

Bajé las escaleras y el lodo chapoteó bajo mis pies, la lluvia me mojó el cabello y seguí caminando hacia cualquier lugar. Tommen me llamó y lo ignoré, oí a Leo decirles que me seguirían y Niko fue el primero en saltar las escaleras para darme alcance.

Realmente no sabía hacia dónde me dirigía, pero en algún momento, fueron los chicos quienes me guiaron y terminamos entrando en un café que solíamos frecuentar después de la escuela.

Rey LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora