VI. Día lluvioso/ Rugido de dolor

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Estaba lloviendo ese día. Las gemelas habían ido a su práctica de caza y defensa.

Así que, me quedé en casa para hacer la limpieza, cocinar y lavar ropa. La lluvia no me afectaba en nada.

De hecho, me gustaba. Me gustaba porque era como si todo lo malo se lo llevara el agua, todo rastro de cualquier tristeza ya no estaría cuando volviera a salir el sol.

Los días habían seguido su curso sin muchas novedades, mamá se notaba ya más cansada y apenas se levantaba, comía a regañadientes, pero siempre estaba con su hermosa sonrisa.

-A ti te gusta salir cuando llueve.

-No voy a salir ahora -dije mirando hacia la ventana -. No voy a dejarte.

Ella rió suavemente. Era un agradable sonido.

-Solo será un momento, salir, correr como si se te fuera la vida en ello, quedas mojado hasta la ropa interior... -bromeó y la adoré por eso.

-No puedes hacer que salga, ya no soy un niño -le sonreí entrecerrando los ojos.

-Tal vez ya no lo seas por fuera. Pero siempre vas a ser mi cachorro, lo que significa que aun eres un niño para mí.

Me reí, porque no podía discutir con ella. Siempre ganaba, aún cuando no había dicho nada.

-Vamos, Raiki -se levantó y sentí pánico -. Vamos afuera.

Tomó mi mano con delicadeza entrelazando nuestros dedos.

-Podrías... -sentí un ligero apretón en mi mano -. Abrígate.

Comenzó a reír cuando la levanté del suelo para llevarla escaleras abajo y seguir hacia afuera. No quería que gastara energía inútilmente, yo era fuerte y podía llevarla sin ningún problema.

La dejé sentada en la vieja silla que siempre estaba en el porche. Estaba seca así que no había problemas en dejarla ahí.

Sabía lo que quería, sabía que quería tener esos momentos porque sabía que ya no los tendría llegado el minuto. Tenía que hacerla feliz el tiempo que pudiera.

-No vayas a mojarte, ¿si? -rio por lo bajo.

-Está bien, Raiki. Me quedaré aquí, disfrutando del aroma. Amo el olor a lluvia y tierra mojada.

-Lo sé -sonreí mucho y besé su frente antes de quitarme el abrigo para cubrirla con él, como si no fueran suficiente con las mantas que ya tenía. Volvió a reír.

Miré impaciente más allá del porche, el lodo, la lluvia que no dejaba de caer con fuerza, las enormes posas de agua que se formaban y que seguían creciendo, los olores se mezclaban y eran simplemente maravillosos. Tierra, hojas y agua, todo mezclado en proporciones exactas, suficientes para ser algo fascinante.

Mi lobo se revolvía en mi interior, impaciente por salir, mojar su pelaje hasta que hubiera que estrujarlo para sacar toda el agua, revolcarse en el lodo y quedar hecho un asco, hundir las patas hasta perderlas de vista. No decía una sola palabra pero sabía que era feliz en ese momento, sabía que estabamos en sincronía y que no era necesario que me obedeciera porque sabíamos exactamente lo que hacíamos.

-Adelante -susurró mamá, y fue como si estuviera esperando que lo dijera para saltar del porche hacia la lluvia como si me estuviera lanzando a una piscina, sintiendo el agua comenzar a mojarme rápidamente hasta tocar la tierra con patas lobunas.

Oímos reír a mamá y volteamos sacando la lengua, asimilando una sonrisa llena de colmillos y baba.

Mi lobo no pudo resistirse y comenzó a revolcarse en el primer charco de lodo. Y yo quería que lo hiciera porque también quería hacerlo. Las risas de mamá no se detenían por el probable espectáculo que debía de estar viendo. Comportarme como un niño, siendo feliz por estar ensuciándome y llenandome de lodo hasta las orejas, con mi ropa regada por todas partes y que luego tendría que lavar...

Rey LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora