XLVI: El desagradable amor de mi vida

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Estaba frente a nosotros.

Al fin habíamos logrado encontrarlo.

El hombre jugaba con la mirada e iba de Ziggy a Asmund y de vuelta. No deshacía su extraña sonrisa.

El silencio me volvió a parecer sofocante y peligroso.

No éramos los únicos que estábamos en ese bosque.

—Mi querida...

—No lo digas —interrumpió Ziggy —. No quiero oír ese nombre. Ese no es mi nombre.

—Es el que te puso tu madre, hija mía —dijo con aires de burla.

—No soy tu hija. No acepto ser...

—Ya basta de rechazos, pequeña. Eres una bruja, llevas mi sangre y eso te lo puedo probar —aclaró su garganta —. Pero supongo que tendrá que ser luego de ocuparme de los perros.

Estábamos rodeados y no lo habíamos notado. Poco a poco, los gruñidos comenzaron a ser cada vez más audibles. La escasa luz hacía que sus ojos destellaran de vez en cuando.

Sabíamos que la oscuridad no era impedimento para verlos, pero ese no era el caso de Ziggy. Ella no podía verlos con claridad.

Tenemos que poner a Ziggy en un lugar seguro, dije.

—Descuida —respondió Asmund —. Si es de su interés, no dejará que le hagan daño.

Ni Ziggy ni Asmund movieron un músculo hasta que los lobos dejaron de acercarse. Eran demasiados como para enfrentarlos solo, más de una manada. Asmund estaba siendo cuidadoso con cada movimiento.

Se mantuvo en silencio mientras parecía estudiar al brujo, a cada lobo, y cada posible espacio por el que se pudiera escapar.

—¿Por qué? —preguntó. El brujo pareció confundido por un instante —¿Porqué hiciste todo esto, Malquicedek?

—¿De verdad quieres saberlo?

—Sé que siempre odiaste a los lobos, pero ¿acabar con inocentes por eso?

—Ningún lobo es inocente. Ninguno está libre de culpa por llevar un lobo en su interior. Bestias desagradables y sin escrúpulos.

—¿Eso era para ti? —preguntó Asmund. Podía notar el dolor en sus palabras —¿Una bestia?

—Tu caso era diferente al de los demás, querido Asmund —dijo con frialdad.

—Te amaba...

—Y yo a ti —no había duda en sus palabras —. El desagradable amor de mi vida.

Podía sentir el dolor que le causaron sus palabras.

—Eras un buen Alfa, un buen rey, yo era tu brujo y tu mejor amigo, te amaba a pesar de todo —su expresión se mantuvo fría —. Pero nunca pude quitar el hecho de que eras una de esas bestias.

—¿Por qué lo hiciste?

—¿Rencor por mi terrible infancia? Quizás. ¿Venganza? Puede ser. ¿Querer proteger a otros de ustedes? Creo que es una razón más aceptable. Pero sería una completa mentira.

—¡Vivíamos en paz!

—¡Vivían para matar o matarse! —bajó de la roca y se acercó lentamente mientras hablaba —. ¿Por qué crees que existen los cazadores? ¿Por qué crees que los brujos se ocultaron? ¿Por qué crees que los humanos, comunes y ordinarios viven de una forma más tranquila que hace siglos? Viven en paz a pesar de que son capaces de quitar vidas inocentes solo por ser más fuertes que otros.

Rey LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora