XIII. Ojos rojos y...

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Estaba corriendo por el bosque. Conocía bien cada rincón del territorio porque mi padre me lo había enseñado. Habíamos corrido juntos y ahora lo estaba haciendo solo porque sabría como volver a casa. Había aprendido a seguir un rastro y mi padre estaba orgulloso de eso.

No estaba transformado porque si lo hacía, mi lobo no me dejaría recordar bien todo lo que había visto. Y quería recordarlo. Los colores, los aromas, mi respiración, todo.

Y entonces los vi.

Entre la oscuridad que se armaba por la espesura de los arbustos.

Ojos rojos. Furiosos y brillantes.

Ojos rojos y...

Desperté en mi cama.

Después lo que pasó en los límites con el clan de los cazadores, Arja me había llevado de vuelta a casa y me dijo que descansara. Le obedecí. Me quedé parado en el porche mientras él y Claus se marchaban hacía otro lugar. Probablemente a la oficina con aislamiento de sonido que Arja tenía para sus reuniones.

Me quedé en casa sin decir nada más que un "está bien". No dije nada cuando las gemelas regresaron, solo un pequeño aviso de que estaba ahí fue suficiente. No tocaron a mi puerta.

Terminé quedándome dormido en algún momento y desperté en medio de la noche luego de esa pesadilla.

Estaba sudando, mi corazón parecía querer salir de mi pecho y mis manos temblaban.

Terminé levantándome para deambular por la casa de la manera más sigilosa posible.

Me detuve frente a la puerta de la habitación de Arja y Macy. Cómo la extrañaba. La necesitaba más de lo que quería admitir. Necesitaba a mi madre, y maldije ese dolor en mi pecho que me recordaba que no lo era en su totalidad.

Arja no estaba, eran altas horas de la noche y no había llegado.

Salí de la casa y me apoyé en la barandilla del porche como si quisiera esperarlo. La brisa era calida y suave, podía sentir el olor a la manada en ella y eso me calmaba un poco.

Me quedé mirando fijo hacia el bosque, estaba oscuro y sus ramas hacían un agradable sonido por el movimiento con la brisa.

-¿Qué fue eso? -murmuré. Mi voz sonó rota -. Dímelo, deja de ocultármelo.

Mi lobo guardó silencio, se rehusaba a darme una respuesta.

-¿Por qué vimos eso? ¿cuándo lo...?

Algo llamó mi atención. Estaba en el bosque. No me di cuenta cuando empecé a caminar. Cuándo me interné en él.

-Raiki, tienes que ser fuerte -conocía esa voz -. No dejes que te encuentre -no entendía nada -. Recuerda que eres un...

Ojos rojos.

Ojos rojos y...

-Raiko...

Quería correr, pero mis piernas no respondían y mi lobo se reusaba a salir para sacarnos de ahí. Quería huir antes de que me alcanzara. Tenía que huir cuanto antes.

Ojos rojos. Parecían comenzar a acercarse y no podía hacer nada para evitarlo.

-Te encontré -susurró. Y su voz se oía tan aterradoramente suave y pacífica -. Raiko...

Alguien me cubrió los ojos cuando logré dar un paso atrás.

-No lo escuches. No lo mires. No le respondas. Escúchame a mi, hijo, escúchame.

-Papá... -estaba aterrado. Quería desplomarme y llorar hasta el cansancio -. ¿Qué me pasa? ¿Qué es esto?

-Te lo explicaré. Lo juro. Juro que lo haré, pero dame tiempo. Dame un poco de tiempo para encontrar la forma correcta de hacerlo.

Se abrazó a mi espalda con fuerza y apreté sus manos con las mías. Creí que lo iba a lastimar, pero nada podía lastimar a un Alfa. Un beta no podía lastimar a su Alfa. No podía lastimar a mi padre.

Me quedé quieto. Ambos lo hicimos. Podía oír su respiración rota y su corazón intentando a duras penas mantener la calma.

El bosque estaba vacío. No había nadie y los ojos rojos ya no estaban. Pero podía oír mi nombre. Alguien lo susurraba con suma tranquilidad, como si tuviera todo el tiempo del mundo.

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Volvimos a la casa, ninguno decía nada. La madera del porche crujió bajo nuestro peso.

Arja no sabía que me estaba armando de valor para hacer una sola pregunta.

-¿Qué pasó ese día?

Su expresión lastimosa me dolió más de lo que esperaba.

Me dolió que no respondiera. Hizo puños sus manos y bajó la mirada antes de responder.

-Dame tiempo. Te juro que responderé todas y cada una de tus preguntas.

Las palabras del hombre llegaron a mi mente.

"¿Qué valor tiene la palabra de un rey caído?"

Rey caído.

-¿Por qué te llamó así ese hombre? El cazador, ¿por qué te llamó rey caído?

Otra vez silencio.

-Claro, tiempo -dije -. Diez años es mucho tiempo, Arja.

Pareció haberlo lastimado el que lo llamara por su nombre. Como si lo hubiera abofeteado.

Le di la espalda y caminé hacia la puerta. Estaba cansado y solo quería dormir, o al menos quedarme encerrado en algún logar pero...

-Raiko... -ahí estaba otra vez. Volteé rápidamente y casi golpeo a Arja. Mi respiración se aceleró y comencé a buscar con la mirada. Algo, cualquier cosa que me indicara que no me estaba volviendo loco.

Estaba asustado por oírlo tan claramente en mi cabeza, era a mí, era mi nombre, era...

-Tuyo...

Retrocedí y tropecé, pero Arja evitó que cayera.

-Raiko -lo miré. Me miraba preocupado -. ¿Qué es lo que ves?

Por un momento quise darle una cucharada de su propia medicina, pero no fui capaz de ello. Nunca me gustó esa actitud y no iba a empezar ahora. Si Arja no quería responder en ese maldito mismo momento a mis preguntas, yo no tenía por qué ser igual a él. Me había criado junto a Macy, me habían dado un hogar y un par de hermanas revoltosas que amaba con todo el corazón; pero no nací con ellos. No compartía sangre como ellos.

Volví la vista hacia el bosque y traté de respirar tan tranquilamente como la situación que me permitiera.

Era como un sueño. Una pesadilla. Y no sabía si estaba despierto realmente.

-Los veo -respondí sin dejar de mirar hacía los árboles -. Son rojos, furiosos y brillantes. Ojos rojos y...

-Raiko...

-Ojos rojos y...

Me estaba llamando.

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