Mattheo Riddle.
Ver a Hela de esa manera bajo mi tacto solo me hacía ver las maneras con las que se entregaba a mí sin querer demostrarme realmente lo que sentía por mí. Añoraba la forma con la que me miraba a veces cuando algo se la pasaba por la cabeza o su corazón latía demás porque algo se le pasaba por la mente sobre lo que sentía por mí.
Solo en esos momentos se relajaba y me permitía entrar a su mente sin que se diera cuenta, podía ver y sentir lo que ella en cada segundo. A veces se notaba en demasía que ella quería dar un paso más y decirme todo lo que pensaba, pero se notaba que su miedo era más grande.
—Ya vienen— me susurró mirando hacia los lados, ella era la única de los dos que había conocido a las brujas, yo estaba expectante a esperas de que sucediera algo, pero nada. Su mirada estaba alerta del más mínimo movimiento, mientras que la mía solo la seguía a ella.
—¿Dónde?— Murmuré y ella me señaló con la cabeza hacia mis espaldas, me di la vuelta y vi a una persona con una capa negra caminando coja.
—Actúa normal, no te van a hacer nada— me dijo con tranquilidad mientras echaba un vistazo a Astoria en el suelo desangrándose.
—Hela Malfoy— la voz de la bruja era desgarrada, me sorprendí tanto como Hela al ver que ella sabía su nombre. Ambos nos miramos entre nosotros y tragamos en seco a la vez.
—¿Por qué sabes mi nombre?— La preguntó, la bruja ignoró por completo la pregunta y miró a Astoria en el suelo.
—¿Ella es el sacrificio?— Preguntó la bruja, Hela asintió y la bruja se acercó poco a poco a ella. Se dio la vuelta y me miró, yo puse mi rostro serio en vez de desconcertado.— El Demonio— exhaló mientras bajaba su cabeza, haciendo una pequeña reverencia.
—¿Perdón?— Murmuré confuso, Hela agarró mi mano temblando, y yo se la apreté dándola seguridad a mi lado.
—¿Qué es lo que queréis?— De nuevo, esquivó las preguntas que nosotros le hacíamos.
—Las brujas no responden preguntas— me susurró Hela, manteniendo la mirada puesta en la bruja mientras ella comprobaba el estado de Astoria.— Queremos encontrar un objeto muy valioso— contestó con tranquilidad soltando mi mano, dando un paso hacia delante, caminando hacia la bruja.
—Acércate, Hela— la mandó alzando una de sus manos hacia ella, Hela la tomó y dejó que la bruja posara sus dedos sobre su cabeza.
Hela cerró sus ojos dejando que esa bruja entrara en su mente, mostrándola la profecía e intentando que la bruja pudiera encontrarla de alguna forma.
Sentí un fuerte mareo al ver la manera con la que los acontecimientos pasaban rápidamente, Hela tenía en su mente más cosas de las que ella creía. Yo me sorprendí por haber visto tantos recuerdos en los que ella presenció la profecía y pudo palparla con la yema de sus dedos, recuerdos a los que ni si quiera yo había podido acceder.
—Niña...— el murmullo tembloroso de la bruja me hizo activar todas mis alertas, Hela abrió sus ojos con lentitud mientras la bruja se separaba de ella.— Tu memoria fue borrada justamente después de que algo sucediera— nos advirtió con temor, por su mirada supe que ella sabía de qué se trataba.
—¿Qué has visto?— La manera que tuve de escupir esa pregunta nos hizo sorprendernos a todos, la bruja suspiró con pesadez.
—Hay algo en tu pasado, niña, algo terrible que te obligaron a olvidar— la dijo respondiendo mi pregunta, haciendo que ambos nos quedamos muy confusos.— Acerca de la profecía, está oculta en una cueva perdida en mitad de un mar— añadió antes de darse media vuelta e irse arrastrando el cuerpo sin vida de Astoria.
Hela tragó en seco con su mirada perdida en alguna parte de la calle por donde se estaba marchando la bruja, no dijo absolutamente nada, simplemente se quedó mirando cómo la causante de su shock se iba.
—Tenemos que irnos ya— murmuré tomando su mano para intentar despertarla, ella pestañeó un par de veces antes de asentir.
Comenzamos a caminar cogidos de la mano, ambos en completo silencio mientras yo la miraba de vez en cuando de reojo para asegurarme de que estaba bien.
Su mirada continuaba perdida dándome a entender que su mente lo había recordado todo. Era bastante consciente de que en su cabeza solo existían miles de preguntas sobre lo que acababa de pasar, pero yo no era quién para contestarla dado que estaba igual de perdido que ella.
—Hela— murmuré frenándome en seco cansado del silencio. Ella me miró casi que con miedo, me miró de una forma que me dolió a sobremanera.
—No lo entiendo, Mattheo, no entiendo nada— sollozó cayendo en mis brazos sin previo aviso, dejándome sorprendido por la fuerza con la que me estaba abrazando, por la necesidad de cuidarla y protegerla que tuve en ese momento.
La vi tan desprotegida y en peligro de su mente que no pude evitar envolverla en mis brazos y hacerla sentir segura.
—¿Qué pasa?— Murmuré preocupado por lo que su mente estaba maquinando, ella elevó su rostro para mirarme con sus ojos azules.
—Lo que vimos aquel día en el Ministerio esconde a alguien más que a algo, tenemos que ir a buscarlo— me dijo haciendo que yo frunza el ceño, ¿por qué?
—¿Qué tiene que ver eso con la profecía?— La cuestioné con desinterés acerca de ese trozo de metal colgado del techo.
—Porque esa persona es la única que puede cogerlo— me contestó, su cuerpo tembloroso a causa del frío y sus piernas igual a causa de lo sucedido.
—Volvamos al motel, mañana por la mañana volvemos al mundo mágico y vamos con todos al Ministerio— la dije con la seguridad suficiente como para convencerla.
Volvimos a comenzar a caminar de nuevo, ahora ella parecía más centrada en ese momento que, como muchos otros, estábamos compartiendo, solo que ésta vez se sintió muy diferente.
¿Cómo había conseguido pasar de odiarme a quererme? Fue muy simple, su dependencia hacia a mí, su conocimiento de que ella sola con Draco no lograrían nada. Aunque prefería creer que no solo era eso, sino que sus sentimientos se habían acabado desarrollando por el tiempo que pasaba conmigo.
Llegamos al motel en cuestión de unos pocos minutos en los que conseguí mantener una conversación algo animada con ella. Hela estaba algo asustada todavía, y no quise forzarla a hablar del tema ni hacer nada, tuve que entenderla en silencio.
Nos tumbamos en la cama sin decir nada, yo sin ropa y ella con su pijama, ambos abrazados sobre la cama en completo silencio. Su cuerpo tembloroso contra el mío buscando de mi calor, y yo dándoselo de manera desinteresada.
—Buenas noches, Theo— murmuró con su voz adormilada, sonreí y planté un beso en su cuello de manera cariñosa, nada sexual, solo cariñosa.