Capítulo XII

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El final siempre duele aunque esté escrito desde el principio.




La noche era nostálgica, aunque era un cálido verano la ciudad tenía un semblante triste. Todo lucía lleno de calma, pero era ese tipo de calma que queda después de la tristeza y las despedidas. Terrence estaba en el bar, era un amante del jazz y uno de sus amigos lo invitó a la inauguración de un nuevo establecimiento cerca de Chicago Loop.

—¿Francia? —preguntó un hombre de cabello oscuro y rizado— ¿Y cuándo volverás?

—No lo sé, tal vez no vuelva nunca. —respondió Terry después de dar un sorbo a su martini.

—Gracias por la publicidad que me diste, mi negocio jamás había estado mejor. —comentó su amigo—. Hablame cuando vuelvas Terry.

—Lo haré. —sonrió y le dió un abrazo.

El hombre se despidió para seguir supervisando la atención de los clientes. Cuanto el hijo de duque terminó su cóctel se dispuso a retirarse, si seguía ahí seguramente acabaría tomándose todo el licor del bar y no quería recaer en el alcoholismo con el que luchó en el pasado. Antes de despegarse de la barra vió una mujer sentada a su lado, intentaba ponerse de pie pero parecía estar ebria.

—¿Está bien? —preguntó el moreno.

La castaña levantó la cabeza y lo miró.

Terry enseguida reconoció aquel rostro, era ella, la chica del avión, la que conoció hace casi medio año— ¿Puedes volver sola a casa? —preguntó viendo lo deplorable de su estado.

—Sí, y por favor déjeme en paz, ya me las arreglaré. —respondió ella sin poder articular bien las palabras. Se apoyó en la barra, se llevó una mano a la frente y luego se masajeó las sienes.

—Perdón por tratar de ayudar. —la miró, ella parecía tener siempre ese carácter, se acordó de cuando tuvieron una breve discusión en el avión—. Parece estar molesta por algo, sin embargo, creo que no debería dequitarsela con los demás.

Ella rió—. Gracias por el consejo, pero no puedo seguirlo. He perdido mucho y padecido mucho dolor. —sus ojos celestes se cristalizaron—. Tal vez usted encuentre que la vida es hermosa, pero yo veo todo gris últimamente. —Al ver que él la miraba con pena, dió un profundo suspiro y trató de recomponerse, se paró de la silla y se retiró con andar inestable.

Terry la vió alejarse, esa mujer le produjo un escalofrío cuando lo miró a los ojos. Se veía rota, lucía como alguien que trataba de encontrarse a sí misma. Ella no lo sabía pero él también estaba herido y no por causa de alguien más, sino por él mismo. Él se acribilló el corazón cuando no pudo someter sus sentimientos por Candy. Trató de una y mil maneras no enamorarse de ella pero fue inutil, cayó, cayó en lo más bajo que puede caer alguien, en el amor no correspondido. Ahora estaba decidido a partir, sabía que su estadía en Chicago no sería para siempre pero lo que no supo fue que se iría con el alma desolada.

Candy estaba sentada en una banca del jardín, decidió tomar un poco de aire y estirar los músculos. Cada vez se cansaba más rápido y sus piernas se hinchaban con frecuencia, tuvo que pedir licencia en su trabajo antes de tiempo ya que todas las actividades que hacía empezaban a costarle el doble, ya no se podía mover de un lado a otro como solía hacerlo y tampoco podía permanecer mucho tiempo parada. Después del fin de semana tan maravilloso que tuvo con su esposo pensó que todo entre ellos mejoraría, pero sucedió todo lo contrario. William se distanció aún más, llegaba tarde del trabajo y dormía en el sofá. Otra vez ese tonto sofá delimitaba su espacio y creaba una barrera entre ellos. Ella lo estudiaba, analizaba su comportamiento, veía a William y pensaba en lo solitario que se había vuelto. Estaba encerrado en su propio mundo, luchando con sus propios fantasmas. Todo lo que hacía y decía últimamente sonaba como una despedida, como si estuviera diciéndole adiós y eso la tenía asustada. William se había convertido en su irremplazable, profundo y eterno amor. Si él se alejaba, si a él le pasaba algo ella se declararía en agonía. Cerró los ojos y aspiró el aire cálido de la noche, se sintió tan abatida que no pudo evitar llorar, sus manos temblaban y sentía una opresión en el pecho. —Te amo tanto William, por favor mi amor, regresa a mí. —dijo entre sollozos.

DESTINADO A TU AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora