Capítulo XVIII

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Que de reminiscencias hay en los sueños míos, crepúsculos enteros he llorado por ti. Que aún están mis ojos del llanto humedecidos, evocando esas horas que aún viven en mí.

Luis Aguirre Pinto




Patricia se veía preciosa en un sencillo pero elegante vestido rosa, la menor de las White estaba dichosa de compartir su cumpleaños número veintitrés al lado de sus seres queridos. No había duda de que la vida había cambiado mucho en los últimos años, la familia crecía y nuevos recuerdos eran guardados en el cofre especial de su corazón. Todos estaban sentados alrededor de una gran mesa y una modesta decoración con globos daba alegría al lugar. Madeline recibió clientes en el restaurante hasta la llegada del atardecer, cuando empezó a oscurecer dispuso el lugar sólo para la celebración del cumpleaños de Patty, la matriarca de las White preparó una deliciosa cena que aguardaba humeante y deliciosa en la cocina, además preparó un pastel que yacía en el centro de la mesa.

—Ese pastel me está haciendo ojitos. —comentó Archie— ¿Cuándo podremos probarlo, amor? —preguntó volviendo la mirada a su esposa.

Annie rió, aún le resultaba tierno que a su esposo le gustaran tanto las cosas dulces—. Supongo que tendremos que esperar hasta después de la cena. —respondió la pelinegra y depositó un beso en la mejilla de su amado.

Stear no le apartaba la mirada a Patricia, estaba embelesado con la hermosura de la chica, deseaba sacarla de ahí y llevarsela a un lugar apartado en donde pudieran estar solos los dos, a veces se avergonzaba de sí mismo por tener aquella clase de pensamientos, pero era algo que no podía evitar, Patricia lo había llevado a descubrir que era un hombre apasionado y que era capaz de amar con una intensidad que nunca llegó a imaginar.

—¿Sucede algo? —preguntó Patty al verse escrutada por el moreno.

—Nada, sólo que eres bella. —respondió con un fuego en la mirada.

Patty se sonrojó, la mirada de su novio le decía todo con claridad, Stear no tenía que tocarla para hacerle sentir su amor, se acercó a él y le susurró al oído—. Gracias, y usted no se ve nada mal hoy, doctor Cornwell.

—Mi vida tengo hambre, ¿cuándo servirán la cena? —preguntó Anthony, agotado y hambriento luego de un largo día de trabajo.

—Creo que estamos esperando a Candy. —respondió Karen.

—Acabo de recibir una llamada de Candy. —intervino Terrence—. Dice que comencemos sin ella, al parecer se retrasará un poco. —informó.


William se levantó de forma impetuosa cuando escuchó la voz de Candy, ella lo miró irritada y él no supo qué contestar, ¿qué iba a decir?, ¿que había estado sentado en ese escalón por más de una hora como un vagabundo sin destino ni gloria?, al verse descubierto de esa manera sintió vergüenza, ¿en dónde había quedado su orgullo y su imagen inexorable?, cómo era posible que había llegado a ese punto de desesperación en el que sentía que su vida colgaba de un hilo que se hallaba atado a las manos de la mujer que tenía enfrente. Pensó que quizás su comportamiento era insano, o por lo menos iba camino a serlo. Mirándola fijamente sin decir una palabra tomó una dolorosa decisión, la soltaría, la dejaría ir de una vez por todas, no podía permitir que un amor como el que alguna tuvieron se viera manchado por una infame obsesión.

DESTINADO A TU AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora