8. Elvira.

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Caminaba por las afueras de la ciudad confundida y sin saber exactamente qué estaba haciendo. Con la ayuda de Katherine, conseguí un mapa que pudiese guiarme en mi travesía hacia Snezhnaya y algo de materiales básicos de exploración, pero, aún teniendo todo lo necesario frente mía, mi cabeza seguía dando vueltas sin ningún tipo de coherencia.

Solo podía pensar en una cosa. En algo que hacía que quisiese llorar y echarme para atrás para volver a la ciudad, aunque no fuese capaz de ello. Tenía la esperanza de que Venti apareciese a mi lado, tal y como lo hizo meses atrás, y no me abandonara ahora, pero sabía que era complicado que eso pasase. Como arconte, tiene responsabilidades y no puede venirse a crear una guerra en otra nación. Aún así, seguía esperando sentir su brisa y compañía en cualquiera de los pasos que me alejaban más de mí hogar.

Cuanto más me alejaba de la ciudad, menos esperanzas me quedaban, y menos miradas echaba hacia atrás intentando encontrar su presencia. Mi mirada ahora se centraba en mi objetivo, en sus altas montañas nevadas que se divisaban conforme iba avanzando, a paso lento, hacia el norte.

Nunca había salido de Monsdadt. No fue algo que me dio tiempo de hacer antes del incidente, ni algo de lo que tuve ganas después de él, así que me encontraba nerviosa por dar los primeros pasos fuera de lo que no se consideraría oficialmente Monsdsdt. La vegetación comenzaba a sentirse diferente, cuanto más me acercaba, más frío era todo, más miedo tenía y menos segura iba de mi misma.

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No sabía cuánto tiempo llevaba andando desde que salí de la nación. Durante el trayecto, tuve que frenar muchas veces para comer, descansar o beber agua, pero nunca lograba conciliar el sueño. Cada vez que intentaba dormir, mi mente me la jugaba y me recordaba el por qué estaba haciendo este viaje, por qué había dejado Monsdadt atrás y todas las preocupaciones que trataba de ignorar mientras recorría Teyvat. Por ello, me encontraba mareada, desorientada, y era más lenta y torpe.

Intenté recostarse sobre un árbol cuando mi mente no pudo más. Me tiré al sucio suelo y cerré los ojos sin que me de tiempo siquiera de pensar. Mis extremidades no aguantaban más.

Cuando volví a abrirlos, seguía siendo de noche, pero se podían percebir algunos de los rayos del alba. Me levanté con dolor de espalda, pero no frené y seguí mi camino sin preámbulos. Necesitaba llegar hasta ahí, ver a mi hermana y preguntarle todo lo que no he podido preguntarle en ese entonces. Saber el por qué de su malévolo acto y finalmente vengar a mi familia. Estaba tan engatusada por esa idea que ni siquiera me paré a pensar en cómo alguien como yo podría vencer a una de Los Once.

Llegué hasta un valle donde el cambio de temperatura se notaba más que hasta ahora. Me coloqué la ropa más calentita que tuviese y me dediqué a caminar sobre los primeros charcos de nieve y hielo. El aire era más pesado, se asemejaba a aquellas zonas de Espinadragón en los que el viento es fuerte y te congela todo lo que toca, por ello, traté de cubrirme el rostro con una gran bufanda y no saqué las manos de mis bolsillos más.

Desde mi posición, un gran edificio se podía observar en la lejanía. Lo reconocí fácilmente gracias a los libros que Eula me traía para pasar el día. Se trataba de el palacio fatui. Uno de los sitios más peligrosos y poco accesibles de todo Teyvat debido a su alta protección. Al rededor del edificio, se encontraba la ciudad, que descansaba en paz a pesar de tener ese colosal poder frente a ellos.

Seguí caminando, cada vez más insegura, al ver que todo eso era real, que en algún lugar de ese gran edificio, se encontraba mi hermana, y que me enfrentaría a ella tarde o temprano.

Caminé durante unos kilómetros más hasta que ya habían infraestructuras, casitas o corrales en los alrededores. Los que descansaban en los porches o comenzaban a colocar tiendas cerca de sus comercios, debido a que acababa de amanecer, me observaban confusos. No conozco la situación en este país a fondo. He leído que es un sitio que no suele recibir turistas y que carece de problemas superficiales, pero que, seguro que en el interior de la organización, grandes disputas se blindan. Yo, que ya estaba acostumbrada a la cruel mirada de mi pueblo, mantuve mi vista en el suelo y seguí andando sin pensarmelo dos veces.

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