26. Epílogo.

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Muchos, muchos años después...

Sus dedos se deslizaban a través de las tensas cuerdas de la lira. Su voz resonaba por el local, melodiosa y armónica, siguiendo el compás de la música que él mismo tocaba, y siendo acompañada por las suaves palmas que su público le brindaba como apoyo.

Sus ojos se cerraron, tratando de visualizar su imagen, de verla de nuevo frente a él. Su sonrisa, sus profundos ojos y su suave voz. De verla de nuevo a su lado, disfrutando del ritmo de la suave melodía, tal y como lo hizo la mañana en la que despertó en el Levantaviento, junto a él.

El bardo cantó más fuerte, el ritmo aceleró y su voz dejó impresionados a los ciudadanos que sólo pasaban por la taberna para beber un par de copas. Sus dedos se movían, al borde de romper las cuerdas del instrumento, su frente sudaba y sus boca comenzaba a secarse. La bebida le había afectado.

Pero ignoró todas las incomodidades, y no fue hasta minutos después, que su canción terminó, y la letra se quedó impresa en el corazón de todos los que ahora le miraban sorprendidos. Tenía la respiración agitada, y sólo trató de calmarse bebiendo de la copa que tenía en la pequeña mesa que había al lado del mostrador. Fue entonces cuando escuchó los silbidos y aplausos de la gente, que, apasionada por la propia emoción del de trenzas, parecían haber dejado las bebidas en un segundo plano.

Pero Venti no se sintió alagado. No creyó que lo había hecho bien, y tampoco pensaba que se merecía tal afecto por parte del público.

Su boina, extendida boca abajo sobre el suelo, pronto se había llenado de monedas. Monedas que usó para pagarle al tabernero la cuenta y para salir al exterior en busca de algo de aire fresco. Su lira colgaba con pereza de su brazo derecho, y su capa estaba mal colocada, dejando un hombro más expuesto que el otro. Tropezaba continuamente en los pequeños baches que el suelo sin asfaltar de la ciudad tenía, y observaba el suelo con los ojos entrecerrados. Ni siquiera parecía tener sus pensamientos en algún lugar coherente.

Simplemente vagaba, perdido por las calles de la ciudad, hasta que sintió que las murallas le apresaban más de lo que querría reconocer. Y, cuando dejó la calmada ciudad, cansado de esa angustiante sensación que solo le oprimía por dentro, sus torpes pasos le llevaron a un único lugar: el Levantaviento.

El lugar que utilizó ____ para aliviar su estresado corazón, y que ahora usaba Venti para calmar su dolorosa alma. El lugar en el que el amanecer se veía de forma calmada, como si el tiempo no existiese, y en el que tenía el espacio suficiente como para llorar en silencio, con el único consuelo de la lápida en la que estaba escrito el nombre de su amada.

-Te he... Traído esto, ____.-Susurró, en cuanto llegó a su destino.-Es lo que me ayuda a recordarte con vividez... A recordar lo felices que fuimos en su día. Lo feliz que fuiste.-Observó la botella de sake que tenía entre sus brazos, y un nudo le cerró la garganta.-O lo feliz que pretendiste ser.-Cayó de rodillas, ensuciando sus medias blancas con la hierba que cubría las raíces del gran árbol.

Sus trenzas despeinadas cubrieron su vista, y el Arconte respiró en silencio, tratando de calmarse.

-La herida está aún abierta.-Se estrujó la camisa en el lugar que indicaba su pecho.-Aún duele.-Susurró, y se mordió el labio tratando de reprimir un audible sollozo.-Por suerte, ya no me pasa todos los días. Pero cuando te recuerdo de esta forma tan dolorosa, siento que el mundo se me viene encima. He intentado rehacer nuestros planes. Volver a formularlos para completarlos el día en el que me vea preparado, pero nunca encuentro el momento. Siempre... Duele.-Cogió la botella y la lanzó unos metros más lejos, haciendo que se estrelle contra la dura madera del árbol, y que se rompa.-Prometí olvidarte. Y pensé que sería capaz... Pero ahora no veo claro el momento en el que decirte adiós. No soy capaz... De ignorar que tu cuerpo ahora se encuentra a metros bajo tierra, separado de mí.-El bardo se levantó del suelo, y observó la tumba con desesperación.-Dime, ____... ¿Qué tengo que hacer para olvidarte?-El sol comenzó a salir por el horizonte, marcando que la noche había terminado, y que un nuevo día tenía que ser superado por el Arconte.

Ya no estaba borracho. Se le había pasado el efecto casi en cuanto vio la tumba de su chica, hacía ya varios minutos atrás. Pero le dolía la cabeza, las piernas y los ojos. Estaba exhausto, y, aún así, continuaba de pie, esperando la respuesta que podría calmar su triste corazón.

Lo único que el bardo escuchó fue el leve soplido del viento, que acababa de agitar sus trenzas, y había tirado su capa al suelo. Al escuchar el silencio, al sentirse tan solitario en mitad del verde campo del Levantaviento, no aguantó.

Lágrimas salieron de sus ojos sin control, cayendo de nuevo ante al tumba de ____, que sólo parecía encadenarle a ella, y no dejarle ansiar la libertad de la que una vez fue representante.

-¿Cómo... Cómo puedo denominarme Arconte de la libertad si no puedo ni liberarme a mí mismo?-Esa pregunta rondó por su cabeza desde el momento en el que se vio incapaz de superar a ____. Cuando, a pesar de que los años pasaban, y la ciudad cambiaba, en su corazón todo seguía igual.

El destino era cruel, sí. Y a muchos sólo les quedaba soportarlo y continuar hacia delante. Venti ya había perdido a seres queridos, ya conocía el dolor de la muerte. Y aún así, siempre lloraba por aquellos que alguna vez fueron sus amigos o, en este caso, su pareja.

Sólo el viento era capaz de arrastrar todo lo triste de la mente del bardo, pero ese día se encontraba fuera de órbita. No se reconocía al él mismo, y había acabado durmiendo durante meses, y lo que seguro que fueron años, al lado de esa bonita lápida, que poco a poco iba hundiéndose en la flora del lugar, y que, con el curso del tiempo, era casi imperceptible a simple vista.

Pero eso no importaba, puesto que el único que debía conocerla era el bardo, que ahora deambulaba por la ciudad como otro ciudadano más, esparciendo canciones y poemas sobre lo que escondía en lo más profundo de su corazón. Canciones e historias que viajaron por las bocas de innumerables generaciones, y que se escribieron en libros de recopilaciones de mitos para que nunca se pierda su historia.

Nadie conocía su autor, nadie conocida su origen, y nadie sabía si esa desafortunada chica y ese alegre bardo existieron en algún momento, puesto que el único que podía corroborar la historia, se encontraba ahora observando la ciudad de lejos, siendo tan omnipresente y libre como alguna vez lo fue, y teniendo el recuerdo aún latente de ____, aquella chica a la que siguió sin pensárselo dos veces.


FIN
(12-3-2023)

¡Gracias a todos por leer!

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