01

14.9K 809 433
                                    

Rodrigo caminaba a paso lento en dirección a su casa, cabizbajo y con una capucha negra cubriendo su cabeza. Soltó un suspiro largo. Tomó los tirantes de su mochila para mantenerla ajustada a su espalda y aceleró el paso, porque aunque estuviera cansado, tenía que llegar a casa antes de que la lluvia se le adelantara.

Decir que su día había sido agradable sería una completa mentira. Desde tener que aguantarse los regaños de la profesora por haber llegado unos minutos tarde a su clase, hasta tener que presentar los últimos exámenes del semestre por los que se había trasnochado la noche anterior.

Un relámpago iluminó el cielo y una ligera brisa helada se filtró por su sudadera. Rodrigo apresuró el paso. Hubiera tomado el autobús, pero ya era costumbre para él caminar y en ocasiones incluso lo desestresaba, salvo ese día, pues parecía que todo estaba jugando en su contra.

Mientras pasaba por una calle silenciosa y con algunas tiendas escuchó un ligero maullido no tan lejano. Levantó la mirada, no había ningún animal cerca así que lo ignoró y retomó su caminata.

Se vió obligado a detenerse cuando un gato negro apareció justo al frente suyo. Rodrigo lo rodeó y siguió caminando.

Cuando ya se encontraba lejos, volvió a toparse con el gato que había corrido para alcanzarlo una vez más. Rodrigo se detuvo y frunció el ceño. Quizás si lo acariciaba un poco, dejaría de fastidiar y podría retomar su camino.

Se acuclilló al frente suyo y acercó su mano lentamente. Luego comenzó a acariciar la cabeza del gato, quien al sentir los cariños entrecerró sus ojos cafés.

─Menudas orejas tienes ─comentó, rascando detrás de estas. Eran peludas y suaves al tacto.

Rodrigo nunca había tenido una mascota y tampoco le interesaba tener una, por lo que su conocimiento sobre los animales era casi nulo.

─Mira, tengo que irme a mi casa... ─intentó explicarle en vano, pues el gato hizo ademán de que continuara rascándole las orejas─ No llevas collar. ¿Tienes dueño?

Un trueno resonó fuertemente y en cuestión de segundos, el animal saltó a los brazos de Rodrigo, buscando ocultarse dentro de la chaqueta que llevaba entreabierta. Su pequeña nariz hurgaba en su pecho haciéndole cosquillas.

Rodrigo soltó una leve risa y se puso de pie con él en brazos. Una voz femenina detrás de él lo hizo darse la vuelta.

─Lo siento mucho... ─dijo con las manos apoyadas en sus rodillas, buscando recuperarse de todo lo que había corrido─ Ivol le tiene miedo a los truenos, suele escaparse por eso.

─¿Ivol? ─preguntó confundido.

La chica asintió con una sonrisa.

─Sí. Suele escaparse cuando va a llover. Pero hoy se ha ido muy lejos, por un momento creí que no lo encontraría.

El chico no dijo palabra alguna y miró al gato, un poco feliz de saber que no estaba solo.

─¿Cómo lo hiciste? ─preguntó la chica de repente, Rodrigo frunció el ceño─ Él suele odiar a las personas y contigo parece ser lo contrario.

─No lo sé. En realidad es muy juguetón.

Ella ignoró su comentario y se dio una ligera palmada en la frente de forma reprobatoria.

─Qué tonta, no me presenté. Soy Beatrice, pero mis amigos me dicen bee. ─le extendió la mano y Rodrigo la apretó dudoso mientras con la otra sostenía al gato.

─Rodrigo Carrera ─contestó con una sonrisa pequeña.

Silencio incómodo. Rodrigo no era bueno entablando temas de conversación, y Bee, al darse cuenta de ello, habló.

─Entonces, Rodrigo. ¿Podrías acompañarme a llevarlo al centro de adopción? No quiero que me arañe ─suplicó con una ligera sonrisa en los labios.

Rodrigo observó el cielo y acarició el hocico del minino mientras pensaba. No parecía que fuera a llover aún y no perdía nada con ir y llevarlo. Asintió con la cabeza en respuesta a la pregunta de Bee y luego de algunos minutos, llegaron al centro de adopción.

El lugar era grande y las jaulas estaban en el piso, todas del mismo tamaño y haciendo torres de a dos lo suficientemente grandes como para llegar al techo. Se podía ver a los animales dentro y los ruidos que emitían eran tristes y suplicantes por sentir la presencia de una persona capaz de adoptarlos. Al fondo había un pasillo con varias puertas a los costados, Rodrigo supuso que ahí estaban las oficinas.

Al menos la calefacción mantenía el ambiente agradable.

Un chico con un uniforme igual al de Bee apareció entre el laberinto de jaulas.

─El señor Graham está en su oficina ─le avisó a la chica, quien asintió.

─Gracias. Entonces lo iré a ver luego ─volteó a ver a Rodrigo─. Sígueme, por aquí está la jaula de Ivol.

Cruzaron por una esquina y Bee señaló una jaula exactamente igual al resto, sólo que con menos espacio entre las rejillas para que el gato no escapara.

─Incluso con una jaula así, siempre logra escaparse ─rió, mirando con ternura como Rodrigo dejaba al gato con delicadeza en la jaula, quien no pudo intentar escapar pues Bee fue más rápida al cerrar la puerta de un sopetón para luego ponerle candado.

Rodrigo le dió algunas caricias al gato pegado de la rejilla como si su vida dependiera de ello. Cuando terminó, llevó las manos a sus bolsillos y miró a otro lado, incómodo por la intensa mirada de Bee sobre él.

─¿Tú no quieres adoptarlo? ─soltó ella de repente─ Parece que ya te ha agarrado cariño y tú a él también.

Los ojos de Rodrigo se abrieron de par en par. Movió sus manos efusivamente de un lado a otro mientras negaba con la cabeza.

─No puedo, mi madre no me deja tener mascotas.

El semblante de Bee se fue apagando de a poco. Siempre había una excusa para que alguien no se llevara a una mascota, no era justo.

─Mira, en serio me gustaría, es sólo que...

─No tienes que dar explicaciones, simplemente creí que podrías ─frunció los labios con tristeza.

─¿Segura de que solo era por eso?

─La verdad no. Sabes que las personas son muy exigentes y no adoptan un gato negro y mucho menos si ya tiene sus años ─figuró una mueca─. No es que viva mal aquí, pero sé que él también quiere un dueño que lo ame.

Rodrigo entendía la situación y lo mal que debía estar pasándola no solo Ivol, sino los demás animales en ese centro que anhelaban que una persona los adoptara, pero aunque quisiera llevar al gato consigo, que tampoco era el caso, hablaba en serio cuando decía que su mamá jamás lo aceptaría.

Tenía que ser realista, no podía hacer nada por él.

─Ya verás que llegará alguien a quien le gusten los gatos negros y se lo llevará ─le dió leves palmadas en el hombro a Bee, quien sonrió esperanzada.

«Pero ese alguien eres tú» pensó Ivol buscando la mirada de Rodrigo, sin embargo este se despidió de la chica y se dió media vuelta rumbo a su casa.

Al salir todo volvió a ser exactamente igual que rato atrás; Rodrigo caminaba cabizbajo con las manos en los bolsillos, solo que esta vez llevaba la cabeza hecha un lío, sin poder quitarse de la mente a ese lindo gato de mirada cautivante.

𝗬𝗢𝗨 𝗖𝗔𝗡 𝗦𝗧𝗔𝗬 (𝗿𝗼𝗱𝗿𝗶𝘃𝗮𝗻)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora