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Pasaron los días y Rodrigo era cada vez más apegado a Leo. Estaba con él la mayor parte de su tiempo libre y siempre tenía buen ánimo cuando de jugar con él se trataba.

Esto sin mencionar que ambos dormían en la cama de Rodrigo, abrazados hasta quedarse dormidos, mientras que Iván pasaba frío en el duro sillón de la sala donde apenas podía dormir pensando en lo que esos dos estarían haciendo.

Iván no estaba herido, estaba destrozado.

Un día era el rayo de sol de Rodrigo, y ahora otra persona se encargaba de darle luz a su vida. Aparentemente, una luz mucho más intensa de la que él pudo darle.

Odiaba a Leo, lo odiaba con cada centímetro de su ser, pero ya no tenía sentido discutir con él, no cuando solo conseguiría que Rodrigo lo rechazara aún más.

Esa tarde, Rodrigo llegó del trabajo con una ancha sonrisa en el rostro. Iván quiso levantarse del sillón para abrazarlo, pero Leo fue más rápido y lo hizo en su lugar.

Después de darse un largo abrazo lleno de cariño, Rodrigo le dió a Leo una pequeña bolsa de regalo.

─Es para ti ─sonrió.

El híbrido de perro abrió con prisa la bolsa, notando que adentro había un collar negro con detalles plateados. Esbozó una sonrisa y le pidió a Rodrigo que se lo pusiera, quien aceptó gustoso. Todo bajo la mirada apagada de Iván.

Un nudo se formó en su garganta y una presión sofocante se acumuló en su pecho. Lentamente, las lágrimas comenzaron a caer, dejando un rastro húmedo de tristeza en sus mejillas rojizas.

Él siempre deseó que Rodrigo le regalara un collar.

─¿Cómo me veo? ─preguntó Leo cuando aquel lindo choker estuvo adherido a su cuello.

─Precioso.

─Iván, ¿no te parece bonito? ─preguntó.

Limpió rápidamente sus lágrimas y asintió con la cabeza.

─Rodri, ¿no le trajiste nada a Iván? ─preguntó, sintiéndose mal por él.

Rodrigo abrió los ojos y miró a Iván, dándose cuenta de que había olvidado comprarle algo, incluso los duraznos que le había pedido hace unos días porque se habían acabado y eran lo único que le gustaba desayunar.

No importa. Se los compraría después.

El humano tomó asiento en el sillón, dejando un espacio en el medio donde se suponía que se sentaría Leo. Sin embargo, este tropezó a mitad de camino y lloriqueó al lastimarse la rodilla.

No había ningún bache con el que pudiera tropezar. Iván parpadeó varias veces, incrédulo, y es que se había caído a propósito. Aún así, sacudió la cabeza pues seguramente era la falta de sueño que lo hacía imaginar cosas.

Pero Rodrigo no lo vio de esa forma y se alarmó apenas vio a Leo gimotear.

─¿Te hiciste daño? ─lo ayudó a reincorporarse.

─S-Sí… ─balbuceó, señalando con la mirada su rodilla.

─Solo es un golpe ─comprobó luego de mirar la herida. Lo más probable era que le saldría un moretón, nada grave.

Regresó al sillón y le hizo ademán a Leo de que se sentara sobre sus piernas. Al hacerlo, el humano acarició su rodilla lastimada para ayudar a que cesara más rápido el dolor.

Esa fue la gota que colmó el vaso de agua.

Iván emitió un maullido largo e intenso, como el de los gatos cuando estaban a punto de atacar y se lanzó encima de Leo con tanta fuerza que ambos cayeron al suelo, generando un golpe en seco.

Ahí comenzó una pelea donde Iván lanzaba arañazos sin detenerse a ver en dónde caían, mientras que Leo mordía sus orejas y otros lugares sensibles, arrancándole algunos sollozos.

Si bien Leo era mucho mayor en tamaño y en fuerza, Iván era más rápido y ágil.

Rodrigo intentó interferir pero recibió una fuerte mordida de parte del perro, dejándole en claro que no debía entrometerse.

Un arañazo fue a parar en el cuello de Leo, logrando así destrozar el collar y a su vez, dejar rasguños en su piel de los que comenzó a brotar sangre. Eso llenó de furia a Leo, por lo que gruñó al mismo tiempo que alzó la mano para rasguñar a Iván en la cara, dejándolo aturdido. Iba a aprovechar la oportunidad para atacarlo en su momento de debilidad de no ser porque Rodrigo se ubicó en el medio de los dos.

─¡Deténganse! ─exclamó, logrando su cometido, pues ambos híbridos se quedaron quietos y lo miraron con atención.

Iván tenía la esperanza de que Rodrigo se diera cuenta de lo malvado que era Leo y finalmente se deshiciera de él.

─Iván, necesito que me des una explicación.

No, no, no, era Leo quien tenía que darla, no él.

─¡Yo no hice nada!

─¡No mientas! Tú lo atacaste primero y mira cómo lo dejaste ─dijo con rabia.

Iván le dedicó una mirada rápida al perro y pudo ver que tenía arañazos por todas partes, en especial en los brazos y en el cuello. Algunos tenían sangre.

─Se ve mejor así ─admitió con sinceridad.

─Discúlpate ─demandó Rodrigo.

─No lo voy a hacer ─se negó rotundamente, frunciendo el ceño─. Es él quien debería disculparse.

─¿De qué hablas?

─Leo no debería estar aquí, Rodri. Nos está dividiendo ─dijo a nada de empezar a llorar otra vez.

─No, quien nos está dividiendo eres tú con estas tontas peleas con Leo, quien no ha hecho nada malo para ganarse tu desprecio.

Los ojos de Leo se llenaron de lágrimas.

─¡Quiere quedarse contigo y hacerme a un lado!

─No tengo idea de lo que está diciendo… ─dijo Leo, comenzando a llorar─ Rodri, me duele mucho ─sollozó, haciendo referencia a sus heridas.

─Lo sé, las curaré enseguida ─lo tomó de la mano para darle apoyo, luego volteó a mirar a Iván seriamente─. Lo que hiciste es grave, estás castigado hasta que entiendas que la solución no es usar la fuerza bruta.

Rodrigo se llevó a Leo al baño, donde usaría el botiquín de primeros auxilios para curar sus heridas pacientemente y cubrirlas con banditas.

Mientras tanto, Iván caminó encorvado hacia el sillón, en donde se echó para tratar de dormir y distraerse del ardor en su rostro.

Su humano no le creyó. No confiaba en él y eso le dolía más que los rasguños que Leo le hizo en la cara.

𝗬𝗢𝗨 𝗖𝗔𝗡 𝗦𝗧𝗔𝗬 (𝗿𝗼𝗱𝗿𝗶𝘃𝗮𝗻)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora