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La noche que Rodrigo tomó los sentimientos de Iván y los rompió en mil pedacitos como si no valieran nada, el híbrido vagó a paso lento por las calles cercanas al edificio, sin tener un rumbo fijo ni una idea de en dónde pasar la fría y lluviosa noche.

La lluvia golpeaba con fuerza cada parte de su cuerpo empapado y tembloroso por las bajas temperaturas y la escasa ropa que llevaba puesta. Sus orejas se estaban congelando, no traía un gorro puesto que las escondiera y las mantuviera calientes, tampoco lentes de contacto que ocultaran sus ojos de gato.

Estaba totalmente expuesto y tampoco era como si le importara. Lo único que tenía sentido en el mundo era Rodrigo y todo lo que él significaba, pero eso se había acabado.

Se había acabado la calidez del hogar, los abrazos hasta quedarse dormidos y los besos fogosos que se daban sin importar el lugar ni el momento.

Sin embargo, una parte de Iván aún creía que no todo estaba acabado, que Rodrigo había dicho todas esas palabras hirientes por el enojo del momento y que después lo recibiría con los brazos abiertos y una disculpa cuando entendiera que había cometido un error.

Cruzó la calle al ver un callejón techado donde podría refugiarse de la lluvia hasta el día siguiente. No le traía buenos recuerdos, pero era su única opción.

Al entrar, la lluvia se escuchó más baja y Iván recorrió el lugar con la mirada en busca de algo medianamente decente donde acostarse a dormir, como un cartón o una caja grande. No pedía demasiado.

Pero se dio la vuelta con rapidez y sus orejas se levantaron al percibir el sonido de unos pasos detrás de él.

─Oh, ¿estás sólo? ─preguntó una voz masculina, mas Iván sólo pudo ver su silueta oscura y delgada.

─Aléjate ─gruñó mientras le enseñaba los colmillos y retrocedía.

─Tranquilo, no te haré daño ─se detuvo y alzó las manos, logrando que Iván bajara la guardia─. Al contrario, me gustaría ayudarte.

─¿Ayudarme? ─repitió algo desconfiado.

─Sí. Ninguno de los dos queremos que duermas en este sucio lugar esta noche ─se acercó a él, logrando que viera su rostro.

Era un hombre joven, como de unos treinta años en adelante. Su estatura era alta, le pasaba como dos cabezas a Iván.

Rodrigo era un poco más bajo que el, pero lo hacía sentir protegido y cómodo, pero con ese hombre era todo lo contrario. Se sentía intimidado.

─Ven conmigo, tengo una casa donde puedes quedarte ─le ofreció sonriendo.

Iván entendió sus segundas intenciones al instante.

─No, tú no entiendes. Yo ya tengo un dueño, su nombre es Rodrigo, pero yo le digo Rodri. No puedo irme contigo ─negó fervientemente con la cabeza, retrocediendo un par de pasos.

─Hey, ¿no crees que si él realmente fuera tu dueño, no estarías en la calle?

─Eso fue un malentendido. Estoy seguro de que él está arrepentido ─aseguró convencido.

─Pequeño, te abandonaron.

─¡No lo hizo! ¡No digas eso! ¡El nunca me abandonaría! ─gritó en completa negación, pero en el fondo sabía que ese extraño tenía algo de razón.

─Te echó de su casa una noche de lluvia para que vagaras en las calles cual gato callejero. ¿Estás seguro de que te quiere?

Iván guardó silencio y entonces el hombre supo que había dado en su punto débil.

𝗬𝗢𝗨 𝗖𝗔𝗡 𝗦𝗧𝗔𝗬 (𝗿𝗼𝗱𝗿𝗶𝘃𝗮𝗻)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora