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En un abrir y cerrar de ojos, la navidad estaba por llegar a la ciudad y junto con ella, la nieve y los días nublados.

Rodrigo e Iván habían superado la ida de Leo poco a poco. Él los visitaba algunos meses y eso ayudaba a que su amistad no se viera afectada.

Amaba ver la nieve caer por la ventana. Lo maravillaba la forma en la que los copos de nieve descendían con tanta delicadeza y elegancia, y cuando entraban en contacto con su mano, simplemente se deshacían.

Le hubiera gustado que Iván compartiera su mismo entusiasmo por la nieve, pero era todo lo contrario, le daba miedo incluso verla a través de la ventana. Se escondía cada vez que Rodrigo despejaba las cortinas o capturaba algunas bolas de nieve en el balcón.

Al principio, Rodrigo pensó que solo le tenía un poco de miedo por asociarla con el frío o algo así, sin embargo, pronto supo que estaba equivocado.

Iván le tenía terror a la nieve.

Y por más que intentara preguntarle la razón, nunca conseguía una respuesta del todo razonable. Iván decía que solo le tenía miedo y ya, por lo que se veían obligados a quedarse en casa encerrados todo el tiempo y eso era aburrido, además de desesperante.

Rodrigo pensaba que la mejor forma de que Iván superara su miedo era enfrentándolo y eso iba a hacer.

─Ve a vestirte, vamos a salir ─demandó sin lugar a objeciones.

Iván se levantó del sillón y corrió a esconderse en la habitación. Rodrigo soltó un suspiro y fue a buscarlo, encontrándolo con facilidad debajo de la cama puesto que ahí solía esconderse cuando quería ocultarse de él.

─No seas infantil, Iván ─frunció el ceño e intentó en vano tomarlo de la mano para hacerlo salir─. Solo es nieve, no tienes por qué tenerle miedo.

─Pero así es, Rodri. Me da miedo y no pienso salir de este departamento ─se adentró aún más debajo de la cama.

─Por lo menos unos minutos ─insistió. Al ver que Iván seguía sin ceder, suspiró─. Bien. Si no quieres ir, iré yo solo.

Se levantó del suelo y se dirigió a la puerta del cuarto, aunque se detuvo al sentir la mano de Iván rodear su brazo. Su mirada lucía nerviosa.

─Iré contigo solo un ratito.

─Me parece bien ─sonrió.

Se prepararon para enfrentarse a las heladas temperaturas de afuera. Con varias capas de ropa y una gabardina gruesa e impermeable encima, se fueron del departamento y bajaron por el ascensor.

Rodrigo se preocupó al ver que Iván estaba temblando, por lo que acarició su muslo y sintió como se calmaba un poco, mas no lo suficiente.

Apenas salieron del edificio, se toparon con una calle repleta del blanco característico de la nieve y el penetrante frío de la misma.

Iván se quedó estancado y su respiración se aceleró al mismo tiempo que sentía los latidos de su corazón golpear su pecho. El viento era para sus oídos como tristes lamentos difíciles de descifrar. Su cabeza daba vueltas, mas su mirada seguía clavada en el blanco de la nieve. Blanco… todo era blanco.

Los recuerdos inundaron su mente y solo eso bastó para que contundentes lágrimas descendieran por su rostro con bastante rapidez.

Quería correr y esconderse, mas sus piernas no se ponían de acuerdo con su mente.

Su repentino estado preocupó a Rodrigo, quien al caer en cuenta de que la nieve lo había puesto así, lo acercó a él y los cubrió a ambos con la capucha de su gabardina, que era lo suficientemente grande como para que Iván solo pudiera ver los ojos ajenos.

─No hay ningún peligro, gatito ─le susurró, notando el miedo puro reflejado en sus ojos cubiertos por los lentes de contacto.

─La nieve… ─murmuró.

─¿Te pasó algo en la nieve?

─A mí no ─movió de un lado a otro la cabeza y no dijo ni una palabra más.

Rodrigo tenía que saber lo que pasó. Era la única forma de ayudarlo.

─Cierra los ojos y toma mi mano, volveremos al departamento.

─Pero, tú querías jugar con la nieve ─objetó, aún así, obedeció y lo tomó de la mano.

─Eso ya no importa.

Lo guió y cuando estuvieron dentro del ascensor, Iván abrió los ojos, sintiendo un enorme alivio llenarlo en el pecho. No quería volver a sentir el miedo que vivió allá afuera nunca más. No otra vez.

Rodrigo abrió la puerta del departamento y al cerrarla, los dos se sentaron en el sillón.

─Puedes decirme qué pasó, si quieres.

Iván respiró hondo y al exhalar, decidió contarle a Rodrigo uno de los pequeños secretos de su pasado, ese del que tanto trató de huir y que ahora lo estaba carcomiendo por dentro.

𔘓

Era una noche de lluvia y las calles de la ciudad estaban oscuras, apenas iluminadas por unos cuantos faroles. El viento sacudía los árboles violentamente. No había nadie afuera, todos estaban en sus casa tomando café caliente, abrigados con una manta mientras veían películas en la comodidad de su hogar.

Pero no todos contaban con la misma suerte, y es que en una de las calles estaba una gata adentro de una caja húmeda que apenas la protegía del frío. Debajo de ella se encontraban sus seis gatitos bebés, quienes luchaban por no cerrar sus ojos y rendirse ante el frío abrasador. Sin embargo, muchos ya se habían ido y sus pequeños cuerpos estaban tiesos, sin vida.

Mientras los demás trataban de buscar calor debajo de su madre, el más pequeño de ellos cuyo pelaje era negro y sus ojos eran cafés, fue más astuto y se refugió debajo de todos sus hermanos, consiguiendo un poco más de calor que lo mantuviera con vida.

La gata estaba soportando todo ese frío para proteger a sus crías. No podía darse por vencida así de fácil, no cuando ellos la necesitaban para sobrevivir. Pero cuando la nieve comenzó a caer encima de ella en grandes cantidades, lentamente fue cerrando los ojos hasta que ya no los volvió a abrir más.

El gatito negro pudo ver el momento exacto donde su madre emitió el último suspiro, y ni siquiera pudo permitirse llorar porque sus lágrimas se congelarían. Ella se había ido, dejándolos solos y vulnerables en una caja mojada en la calle.

Una señora que pasó cerca de ahí los vió y decidió acercarse, entonces se llevó consigo al gatito blanco de ojos azules. Un rato después, pasó un chico con una bata blanca que se llevó al blanco de manchas negras, abrazándolo y dándole caricias para que se mantuviera caliente.

Sólo quedaba Iván en la caja.

Las pocas personas que caminaban por esa calle pasaban a su lado y seguían su camino. No importaba que Iván sollozara, tampoco que hiciera ojitos. Nadie se detuvo para llevarlo consigo.

Y justo cuando creyó que era su momento de descansar, una chica de cabello anaranjado pasó junto a la caja y se agachó. Examinó a cada uno de los gatos con la esperanza de que siguieran con vida, pero todos habían fallecido a excepción de un gatito negro que la miraba expectante y con algo de miedo.

Bee lo tomó en manos con una sonrisa y luego de observarlo, lo resguardó dentro de su gabardina gruesa para darle algo de calor en lo que llegaban al centro de adopción, donde cuidaría de él hasta que estuviera listo para ser dado en adopción a alguien de buen corazón dispuesto a ser dueño de un gatito negro de ojos cafés.

𝗬𝗢𝗨 𝗖𝗔𝗡 𝗦𝗧𝗔𝗬 (𝗿𝗼𝗱𝗿𝗶𝘃𝗮𝗻)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora